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sábado, 26 de mayo de 2012

José María Esteva, el veracruzano


José María Esteva, el veracruzano

Por: Leonardo Reyes Silva

En los años de mayor efervescencia política en nuestro país, en 1856 llegó a La Paz José María Esteva, un funcionario del gobierno central con su nombramiento de Visitador General de Rentas, con el propósito de supervisar el funcionamiento de la aduana, principal fuente de ingresos del gobierno territorial.

Dos años antes, el general Antonio López de Santa Ana gobernaba al país, pero ante su pésima administración, don Juan Álvarez se levantó en armas proclamando el Plan de Ayutla en el estado de Guerrero, a resultas del cual Santa Ana tuvo que dejar el poder.

En su lugar quedó como presidente interino el general Ignacio Comonfort, quien en 1855 convocó a un Congreso Constituyente con el fin de redactar una nueva constitución. Pese a la oposición de los grupos conservadores, la Carta Magna fue promulgada el 5 de febrero de 1857.

Sin embargo, como la Constitución afectaba los intereses del clero, el general Félix Zuloaga expidió el Plan de Tacubaya en el que desconocía el nuevo código de leyes. Comonfort tuvo que renunciar y eso motivó un enfrentamiento entre las fuerzas liberales y las conservadoras, dando origen a lo que nuestra historia conoce como Guerra de Reforma.

Desde luego, cuando llegó Esteva a la península, la agitación política estaba en todo su apogeo. Unos a favor y otros en contra de la vigencia de la Constitución. Y aunque nuestro personaje era poco conocido, de todas maneras firmó un manifiesto defendiendo la legalidad, representada en ese entonces por don Juan Álvarez.

Esa acción le valió para ser tomado en cuenta por el jefe político José María Blancarte quien lo incluyó en el Consejo de Gobierno, junto con el teniente coronel Francisco Canto y el señor Santos Ruiz. Este Consejo gobernó la entidad a la salida de Blancarte. Primero lo hizo Esteva del 7 de enero al 16 de febrero de 1857, después Canto y posteriormente don Santos hasta el 20 de mayo de 1858.

Durante los días que duró al frente del gobierno, Esteva trató de conciliar los intereses entre los grupos en pugna. Para ello, expidió una proclama la que entre cosas decía: “…que deberían olvidar esos disgustos, verdaderamente de familia, que trastornando el orden de las localidades ofrecen embarazos sin número a la marcha del Supremo Gobierno…”.

En el corto tiempo que José María Esteva vivió en La Paz supo darse cuenta de la difícil situación por la que atravesaba la pesca de la concha madreperla, y fue por eso que aprovechando su estancia en el gobierno escribió una “Memoria sobre la pesca de la perla en Baja California”, documento que normó los criterios de la explotación de esa riqueza marina.
Con fundamento en esa memoria, el 8 de febrero de 1857 expidió un Decreto en su calidad de jefe interino del gobierno de la península a efecto de proteger los placeres de concha perla. En diez artículos el documento señalaba las zonas de pesca, los periodos de explotación y las multas a que se harían acreedores los armadores que infringieran el decreto.

El conocimiento que tuvo Esteva de las condiciones sociales, políticas y económicas de la Baja California fue de gran ayuda para sus habitantes. Y más aún por que esta lejana región del país la dio a conocer por medio de una novela a la que tituló “La campana de la Misión”, cuya temática la sitúa en el mar de Cortés, el pueblo de Loreto y la misión de San Borjas.

Esa obra escrita después que regresó a su natal Veracruz, la complementó con otra novela corta llamada “La concha del diablo” que aquí conocemos como “La leyenda del Mechudo”. Por cierto, fue doña Carmen Boone Canovas, historiadora xalapeña, quien por primera vez me dio a conocer ese documento, cuyo original se encuentra en una biblioteca de los Estados Unidos.

José María Esteva fue un funcionario público de gran relevancia. Como escritor tiene un lugar especial en las letras mexicanas. Sus creaciones literarias como la leyenda “La mujer blanca”, sus múltiples poemas vernáculos incluidos en su obra “Tipos veracruzanos y composiciones varias” además de “La campana de la misión” lo hicieron merecedor del reconocimiento nacional.

Independientemente de cualquier punto de vista, es oportuno que el recuerdo de este personaje y su obra literaria relacionada con nuestra entidad, sean rescatados y difundidos por todo lo que valen para la cultura sudcaliforniana.

sábado, 12 de mayo de 2012

Veleros alemanes en Santa Rosalía


Veleros alemanes en Santa Rosalía

Por Leonardo Reyes Silva

Allá por los años quince del siglo pasado, los habitantes del pueblo minero de Santa Rosalía se acostumbraron a contemplar anclados en la rada del puerto a once veleros alemanes que se mecían suavemente a impulso del viento mañanero. Pero, ¿qué hacían esas embarcaciones en ese remoto lugar de su país de origen?

Cuando las fuerzas revolucionarias se enfrentaban al gobierno usurpador del general Victoriano Huerta, en 1914 estalló la Primera Guerra Mundial entre los países de Alemania, Francia, Gran Bretaña, Rusia y otros países de Europa.

México, envuelto en sus propios problemas, permaneció ajeno al conflicto, a pesar de que en 1917, por conducto del cónsul alemán en nuestro país, Alemania le pedía que se uniera a su causa y a cambio le devolvería la parte del territorio arrebatado por los Estados Unidos en la guerra de 1846-1848.

La propuesta era tentadora, pero al fin de cuentas México se declaró neutral, pues oponerse al país vecino podía dar al traste con el movimiento revolucionario. De todas formas a nuestro país le tocó una parte indirecta de esa conflagración mundial, parte en la que los protagonistas fueron los veleros alemanes y sus tripulaciones.

Resulta que la compañía minera El Boleo requería de carbón coke para su fundición y era menester traerlo de Europa, sobre todo de Alemania. Cuando se inició la guerra, se encontraban fondeados en Santa Rosalía los veleros en cuestión, luego de haber desembarcado el carbón que llevaban procedente de la ciudad de Hamburgo. Impedidos de regresar, tanto las embarcaciones como la marinería se quedaron en el puerto bajacaliforniano desde 1915 hasta el año de 1920, dos años después de haberse terminado la guerra.

En todo ese largo periodo la tripulación dividía su tiempo en el mantenimiento de los veleros y en hacer vida social con los habitantes de esa población. Aunque no con la libertad deseada, pues no desconocían el hecho de que era una comunidad controlada por los franceses, enemigos de los alemanes a causa de la guerra.

Dice Roberto Gastélum Arce en su libro “Centenario de Santa Rosalía”, que los marineros eran asiduos parroquianos de la cantina del Hotel Central en ese entonces atendido por el señor Gabriel Casillas. Hubo otros que cansados del ostracismo causado por la guerra, prefirieron unirse a las fuerzas revolucionarias de uno y otro bando, mismos que se apoderaban temporalmente de esa región.

También anota Roberto que luego de concluida la Segunda Guerra Mundial en 1918, los veleros fueron llevados a la ciudad de Portland, Oregon, en Estados Unidos. Uno de ellos, el “Wandsbek” quedó en Santa Rosalía. Y todavía en 1927 se le veía encallado en las arenas de la playa.

Esta es la historia de los veleros alemanes. Pero detrás hay otra más singular y tiene que ver con un personaje de la Revolución Mexicana exilado en los Estados Unidos por su filiación maderista. José Vasconcelos conoció en Nueva York a un acaudalado empresario apellidado Hopkins quien lo invitó a participar en un negocio que los haría millonarios en un dos por tres. Se trataba, le dijo, de comprar unos veleros que se encontraban detenidos en la Baja California, y con ellos establecer una ruta marítima transportando miles de toneladas de granos desde Australia al puerto de San Francisco.

Vasconcelos sería el intermediario para entrevistarse con el gobernador de la Baja California y fijar las condiciones para la adquisición de la flota. En efecto, se hizo la reunión pero fue con el coronel Esteban Cantú, gobernador del Territorio Norte y con el cónsul alemán radicado en Mexicali, quien era el representante de los capitanes y armadores de las embarcaciones detenidas en Santa Rosalía.

El asunto iba por buen camino. A Vasconcelos, como socio de la empresa, le instalaron una lujosa oficina en San Diego y para que los tuviera al tanto de las negociaciones. Pero el tiempo pasó y llegó de pronto el cese de las hostilidades y la firma de la paz entre los países en guerra. En uno de los puntos del tratado se estableció que todo el tonelaje alemán refugiado en puertos extranjeros pasaba a Inglaterra. Y de seguro allá fueron a dar los veleros en cuestión, si no es que por influencia del presidente norteamericano Wilson firmante del tratado de paz, esas naves se quedaron en los Estados Unidos.

De José Vasconcelos, el fracasado empresario y a un paso de ser ,millonario gracias a la compra de los veleros, su actitud de revolucionario le valió, al triunfo de la Revolución, ser designado rector de la Universidad Nacional y después, en 1920, secretario de Educación Pública, durante la presidencia del general Álvaro Obregón.

Para el pueblo de Santa Rosalía el recuerdo de este suceso histórico plasmado en los relatos de la época, y fotografías de los veleros alemanes que en mala hora arribaron a ese puerto de Baja California Sur.