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sábado, 27 de abril de 2013

Pinturas rupestres en Baja California



Por Leonardo Reyes Silva

El historiador y explorador Carlos Lazcano descubrió hace poco unas pinturas rupestres localizadas en la sierra de San Juan, en el estado de Baja California. Aunque en sus recorridos ha encontrado y registrado más de un centenar de ellas en diversos sitios, éstas que encontró en una cueva presentan una serie de pinturas de color rojo, ocre, negro y blanco, estilo Gran Mural.

El mural mide más o menos ocho por tres metros y en él se encuentran venados, borregos cimarrones y numerosas figuras humanas. Las pinturas están a cinco metros de altura sobre el techo de la cavidad. A pesar de su antigüedad aún se conservan en buen estado. “Son hermosas”—dice su descubridor.

El descubrimiento de estas pinturas da pie para recodar un poco las investigaciones que se han realizado en torno al arte rupestre en la península de la Baja California. Y, desde luego decir que los primeros en escribir sobre ellas fueron los misioneros jesuitas del siglo XVIII, en especial el padre José Mariano Rothea quien atendió la misión de San Ignacio en los años de 1759 a 1768.

El padre Rothea recorrió parte de la sierra de San Francisco y desenterró restos humanos de gran estatura. El mismo jesuita escuchó de sus feligreses varias narraciones acerca de una leyenda sobre la procedencia de los antiguos californios autores de esas pinturas. Según la leyenda en tiempos remotos llegaron del norte grupos de extraordinaria estatura que venían huyendo y se refugiaron en la región montañosa de la península, principalmente en las sierras de San Borja y San Francisco.

Afirma la leyenda que los cochimíes que ocupaban la región no eran descendientes de los pintores y que éstos desaparecieron dejando tan solo su recuerdo en las pinturas y petroglifos existentes en diversos lugares de la península.

En 1895, León Diguet conoció algunas de esas pinturas y publicó un informe acompañado de dibujos y fotografías. Cinco décadas después, en 1951, personal del Instituto de Antropología e Historia reconoció a las pinturas rupestres de la cueva de San Borjitas, cercana al pueblo de Mulegé. En esa expedición figuraba el escritor Fernando Jordán quien en sus reportajes en la revista “Impacto” había dado a conocer la importancia de ese descubrimiento.

Pero fueron el escritor Harry Crosby y el fotógrafo Enrique Hambleton quienes en el año de 1972 recorrieron la sierra de San Francisco, con el fin de localizar y catalogar los lugares donde se encontraban las pinturas. Por cierto, es de gran interés leer los comentarios que Enrique hace de sus recorridos. Dice en su libro “La pintura rupestre de Baja California”:

A menudo no me era posible contener mis ansias y, pese a la fatiga debida al constante esfuerzo por avanzar entre matorrales y rocas sueltas, apresuraba mis pasos… El hecho de ser uno de los pocos afortunados que han contemplado de cerca estas obras trascendentales, anula todo recuerdo de inevitables contratiempos, y surge en mí un sentimiento de gratitud por el privilegio de esa contemplación”.

En las fotografías de las pinturas en las cuevas de la sierra de San Francisco, aparecen figuras semejantes a las que Carlos Lazcano descubrió en la sierra de San Juan. Por eso es casi seguro que los dos sitios fueron ocupados por el mismo grupo primitivo, aunque por la situación geográfica primero habitaron la sierra de San Juan y posteriormente la de San Francisco.

En su viaje de exploración, después de caminar seis horas sobre un terreno con muchos pedregales y despeñaderos, además de todo tipo de arbustos espinosos, llegó al lugar que buscaban. Trazó en un mapa el sitio y tomó muchas fotografías tanto de día como de noche. “Por mera protección, --dice Carlos-- no divulgaré su ubicación ni como llegar a la cueva. Así evitaré que vándalos lleguen a ella”.

El descubrimiento de las pinturas rupestres de la sierra de San Juan es uno más de los muchos que ha logrado Carlos. Y que le han dado grandes satisfacciones. Él mismo lo dice: “Explorar geografías es parte de mi amor por la vida. Por eso amo profundamente a la naturaleza, por que convivo mucho con ella a través de las exploraciones, de los campamentos, del encuentro con la flora y la fauna, de beber el agua en los mismos manantiales, de caminar entre las veredas y los cerros, de bañarme en los arroyos”.

“Estoy convencido —afirma— de que en las escuelas primarias y secundarias debería incluirse un curso de campismo, donde el alumno aprenda a tener un verdadero contacto con la naturaleza, y esto le pueda servir para apreciar más a nuestra Madre Tierra, y sobre todo a defenderla como parte de sí mismo”.

ESTIMADOS LECTORES: Con este número doy por concluidos los relatos sudcalifornianos. Fueron cincuenta páginas, y a través de ellas traté de ofrecer un panorama de algunos de los hechos y personajes que han trascendido en la historia de Baja California Sur. Doy las gracias al periódico “El Sudcalifoniano” por permitirme un espacio en ese importante medio de comunicación. Y al periodista Gerardo Ceja García por el excelente diseño de impresión de los relatos. Y a ustedes por darse el tiempo de leerlos.

AGRADECIMIENTO DEL EDITOR
El trabajo de don Leonardo, recolectado en estos cincuenta número de Relatos de la historia sudcaliforniana, sin duda ha sido un gran aporte a la historiografía peninsular, además de enriquecer al periodismo cultural en Baja California Sur. Como editor me siento muy halagado de trabajar con el maestro Reyes Silva y yo soy quien le agradece por haber aceptado esta propuesta.

Quiero destacar que este material no solo se conservará en las hemerotecas, sino que, gracias a las actuales tecnologías, los relatos están disponibles en línea a través del blog que aparece en el enlace ubicado al final de la página.

domingo, 14 de abril de 2013

Federico Cota el contrarrevolucionario



Por Leonardo Reyes Silva

Cuando Félix Ortega tomó las armas para oponerse al usurpador Victoriano Huerta en 1913, sabía a que enemigo se iba a enfrentar, pues ya conocía el carácter decidido y tenaz del jefe político del Distrito Sur de la Baja California, el doctor Federico Cota.

Cota había tomado posesión de la jefatura unos días después del asesinato del presidente Madero —22 de febrero de 1913— y estaba identificado con el grupo porfirista. Antes había estado al frente del ayuntamiento de San Antonio. Así es que ya conocía los vericuetos de la política local. Estaba relacionado con los funcionarios que gobernaron la entidad durante todo el periodo de la dictadura de Porfirio Díaz como el general Agustín Sanginés, Gastón Vives, Teófilo Uzcárraga, Agustín Arriola, Francisco J. Cabezud, Filemón C. Piñeda y Félix Moreno.

Durante su mandato le tocó enfrentarse a los reclamos de una parte del pueblo indignado por el asesinato de Madero. Reclamos que eran canalizados a través del Club Democrático Californiano que dirigía Félix Ortega y del ayuntamiento de La Paz afín a los principios de esa agrupación. Y en el mes de junio de 1913 tuvo que tomar medidas enérgicas para sofocar la rebelión iniciada por un grupo de revolucionarios que expidieron el Plan de las Playitas de la Concepción, a cuyo frente esta el mismo Félix Ortega Aguilar.

Después de la muerte de Madero, a los integrantes del Club no les fue nada bien. El jefe político los acosó constantemente por manifestaciones en contra de su gobierno y por el temor de un levantamiento que pusiera en entredicho su autoridad. Con justificada razón Cota se quejaba ante el secretario de gobernación de que en el periódico “El eco de California” se criticaba negativamente a su gobierno y que personas del Comité Democrático viajaban a los pueblos del norte de la entidad para invitarlos a la rebelión.

Como tenía al ayuntamiento de La Paz en su contra, no halló mejor solución que rechazarle el presupuesto de egresos del 2013 y quitarle el mando de la policía. Acusado de promover un levantamiento armado mandó encarcelar al tesorero y dio de baja algunos empleados de su gobierno porque eran simpatizantes del ayuntamiento paceño. Estas y otras disposiciones hostiles, en vez de remediar las cosas, ayudaron más bien a crear un clima de inestabilidad política dando pie para que andando el tiempo se organizara la Junta Revolucionaria de la Baja California en la que Félix Ortega y Simón E. Cota eran sus dirigentes.

Esa junta revolucionaria se organizó en efecto, con la intención de sublevarse para derrocar al gobierno y lograr que de nueva cuenta el Territorio volviera por los cauces de la democracia, Así, el 20 de junio de 1913, Ortega y un grupo de partidarios proclamó el Plan de las Playitas convocando a los californianos a unirse a la lucha para restaurar el orden constitucional roto por la traición de Victoriano Huerta.

Pero no fue sino hasta el 27 de julio cuando Ortega al frente de un puñado de partidarios inició la insurrección armada atacando los poblados del Triunfo y San Antonio. Por su parte, el jefe político enterado del movimiento, lo primero que hizo fue detener a los simpatizantes del movimiento y enviar algunos al puerto de Guaymas, entre ellos a Eduardo R. Encinas, José Ramírez, Fernando Erquiaga y Antonio V. Navarro. A otros como Fernando Moreno, Ignacio L. Cornejo, Alejandro Abaroa y Adolfo Labastida los mandó aprehender, nomás que estos viéndole la cola al zorro tuvieron tiempo de esconderse.

Federico Cota estaba informado de los encuentros que habían tenido los revolucionarios con las tropas federales y el rumbo que los orteguistas seguirían para llegar a San José del Cabo. Auxiliado por fuerzas que llegaron de Mazatlán y con las propias comandadas por el militar Hernández y el cabo Leocadio Fierro, atacaron a los insurrectos en el rancho de La Trinidad los que, pese a su valerosa defensa, fueron derrotados.

Derrotados pero no vencidos, los orteguistas continuaron en la lucha obteniendo victorias sobre las fuerzas federales. Pero tenían como enemigo encarnizado al jefe político que no descansaba en su afán de acabar con la sublevación. Afortunadamente, el 25 de octubre de ese año de 1913, Cota cesó en sus funciones y en su lugar el gobierno huertista mandó al teniente coronel Gregorio Osuna, un militar procedente del interior de la república e ignorante por tanto de la situación que imperaba en la entidad.

Para los revolucionarios la llegada del nuevo jefe político fue una esperanza para lograr la paz dado que, al contrario de Federico Cota, no venía con ánimo de rencores, odios o deseos de venganza. Y así fue en efecto, con el tiempo y ante la imposibilidad de acabar con la insurrección, Osuna prefirió sumarse a las fuerzas constitucionalistas y fue por eso que renunció a la jefatura política para ponerse a las órdenes del general Obregón.

Federico Cota, el hombre que mantuvo una lucha sin tregua contra las fuerzas de Félix Ortega no se ensañó con sus adversarios. Prefirió encarcelarlos o mandarlos fuera de la entidad antes que mancharse las manos. Su responsabilidad como jefe político la cumplió a cabalidad. No podía ser de otra manera ya que sus principios partidarios así se lo exigían. Libre de compromisos y con el deber cumplido, cambió su residencia a la ciudad de Mexicali donde murió.