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lunes, 13 de junio de 2011

Por las buenas o por las malas


Por las buenas o por las malas

Por: Leonardo Reyes Silva
Durante la conquista espiritual por los jesuitas en California en el siglo XVIII, llegaron 59 padres que se establecieron en las diversas misiones, algunas de ellas muy alejadas de Loreto como Santa Gertrudis, San Francisco de Borja y Santa María de los Ángeles, que fue la última fundada en 1767.

Los primeros en llegar a la península fueron Juan María de Salvatierra quien fundó la misión de Loreto el 25 de octubre de 1697, y enseguida llegaron Francisco María Píccolo, Pedro de Ugarte, Juan María Basaldúa, Juan de Ugarte y Julián Mayorga, quienes establecieron las primeras misiones en San Javier, Mulegé, Comondú y La Purísima.

Apegados a los principios religiosos de su orden, los jesuitas tenían el propósito de evangelizar a los indígenas californios, con la promesa del reino de Dios y la salvación de sus almas. Pero esta misión debía estar acompañada de un proyecto de dominación al que no podían resistirse. Y fue por eso las medidas que tomaron para lograr el cumplimiento de su objetivo.

Juan de Ugarte fue uno de ellos. Nacido en el año de 1660 en la ciudad de Tegucigalpa, Honduras, llegó a California en 1700. Junto con el padre Salvatierra ayudó a fundar varias misiones y él mismo estableció la de San Francisco Javier en 1701. En esta misión—el anterior sitio había sido localizado por el padre Píccolo en 1699—Ugarte se dio a la tarea de catequizar a los indios y de inculcarles los conocimientos más elementales de sobrevivencia.

Aprovechando la permanencia de los indígenas en la misión, los ocupó en la construcción de canales de riego y pilas de piedra. Abrió al cultivo terrenos apropiados y allí sembró maíz, trigo, frijol y hortalizas, además de formar varias huertas de árboles frutales, como las viñas, naranjos, datileros, olivos y cañas de azúcar. Pero como sus neófitos todo tenían menos de trabajadores, Ugarte tuvo que ponerles el ejemplo siendo el primero en tomar el azadón para abrir los surcos, acarrear las piedras para los canales, iniciar el riego de las plantas recién sembradas y otros menesteres necesarios en la misión.

Aún así, la indolencia de los indios era exagerada tanto, que Ugarte no hallaba la manera de hacerles entender los beneficios que obtendrían con los trabajos llevados a cabo. Pero era en los horas de adoctrinamiento cuando en verdad lo sacaban de sus casillas, por que debido al desconocimiento de su dialecto se le dificultaba hacerles comprender los misterios de la religión cristiana, lo que originaba que sus prédicas cayeran en saco roto, además del bullicio y las risas de los indígenas al no tomar en cuenta lo que el padre quería enseñarles.

Pero, ¡Cómo hacer para atraer la atención de sus feligreses?. ¡Cómo hacer para cumplir con sus propósitos evangelizadores?. Un día de tantos, cansado del desorden de su clase, observando que uno de ellos era el que más alboroto hacía con sus risas y sus bromas, lo agarró de los cabellos y lo levantó en vilo, sosteniéndolo así durante varios segundos. Y santo remedio. Con el susto de esa acción inesperada del padre, éste pudo impartir la doctrina con atención de sus oyentes. A lo mejor, en esos momentos, Ugarte se olvidó de su apostolado y aplicó aquella sentencia que die que “la letra con sangre entra”.

Un cronista de esa época dice que el padre era de cuerpo vigoroso y de estatura más que mediana. Por eso no se arredraba cuando tenía que demostrar las verdades de su religión y desterrar las supersticiones de los indios. En otra ocasión, cuando los leones dieron en atacar a los rebaños de cabras, Ugarte pretendió cazarlos, pero sus neófitos le explicaron que no podía hacerlo, pues quien mataba uno de ellos pagaba con su vida esta acción,. Desde luego, eran ideas que les inculcaban los hechiceros de sus tribus.
Para hacerles ver lo equivocado de sus creencias, Ugarte montó en su mula y fue en busca de esos animales. Al poco tiempo de haberse internado en el monte encontró uno de ellos por lo que echó pie a tierra, se hizo de varias piedras de buen tamaño, y cuando el león se acercó con ánimo de atacarlo, le asestó en la cabeza una de ellas y después le tiró las demás hasta dejarlo sin vida.

Con el león encimado en la grupa de la mula llegó a la misión y ante el asombro—y susto—de los indígenas, les demostró que no era verdad lo que el guama decía. La experiencia fue suficiente para que de allí en adelante los leones dejaran de merodear, pues los indios los mataban a flechazos. Y, desde luego, la hazaña de Ugarte le permitió llevar a cabo0 sus labores de catequización con todo éxito. Además de contar con los trabajos de mejoramiento de la misión y de sus medios de vida.

Sin embargo, en sus tareas para la conversión de los indios siempre encontró el rechazo a los dogmas cristianos. En otra ocasión, cuando les hablaba del mal comportamiento y no hacer caso de las leyes de Dios, amenazándolos con las llamas del infierno, uno de ellos, con gran desparpajo, le contestó que preferían ese lugar porque allí, en la tierra, hacía mucho frío. Es de imaginarse el enojo del padre ante tal blasfemia.

Pero de todas formas, por las buenas o por las malas, Juan de Ugarte realizó una extraordinaria labor entre los indios de la misión de San Francisco Javier. Y no solamente como evangelizador, si no también como administrador, explorador, fundador de misiones y constructor de barcos, como “El Triunfo de la Cruz”.

Juan de Ugarte murió en la misión el 28 de diciembre de 1730.

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