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sábado, 6 de agosto de 2011

Las enaguas salvadoras


Las enaguas salvadoras

Por: Leonardo Reyes Silva

Cuando en 1773, la orden de los Dominicos llegó a California para hacerse cargo de las misiones religiosas que abandonaron los frailes franciscanos, quienes se trasladaron a la Alta California a fin de realizar su tarea evangelizadora, no tuvo otro campo de acción—aparte de atender las misiones ya establecidas-- que la parte norte de la península, región en la que fundaron 9 misiones, entre ellas Santo Tomás de Aquino, Nuestra Señora del Rosario de Viñadaco y la última Nuestra Señora de Guadalupe del Norte, en 1834.

De todos los padres dominicos que estuvieron en California, los que más sobresalieron fueron Vicente Mora, Miguel Hidalgo, Luis de Sales, Félix Caballero y Gabriel González, este último por su destacada participación en la vida política de la Baja California. Aquí nos vamos a referir en particular al padre Caballero, fundador de la misión de Nuestra Señora de Guadalupe del Norte.

El padre Félix Caballero fue uno de los hombres más activos, no solo en el aspecto religioso sino también en los asuntos que competían a la administración de las misiones y, con especial dedicación, a los que le redituaban ganancias económicas personales. Cuando por seguridad tuvo que trasladarse a la misión de San Ignacio, su representante en su anterior misión le mandó todo el ganado de su propiedad que sumaban varios cientos de cabezas.

Pero, ¿por qué su cambio a otra misión cuando se suponía que la de Nuestra Señora de Guadalupe era la mejor de todas las establecidas por los dominicos? El motivo tuvo que ver con las insurrecciones de los indios, y en especial de un capitancillo llamado Jatñil del grupo de los Kumiai.

Jatñil siempre había sido un colaborador de las autoridades destacamentadas en La Frontera, e incluso los había ayudado a vencer a otras tribus que tenían intenciones de apoderarse de las misiones y destruirlas. Junto con el alférez Macedonio González—una leyenda en esa región—combatió contra los indios pa-ipai, cucapá y kiliwas. Tenía a su disposición mil guerreros que lo obedecían en cualquier situación.

En 1840, en una acción inesperada,  Jatñil y un grupo de sus seguidores llegó a la misión de Guadalupe en busca del padre Caballero para matarlo. Como ya lo conocían no desconfiaron de ellos, lo que aprovecharon para matar al cabo Orantes y a dos indios catecúmenos que estaban de visita, al mismo tiempo que preguntaban por el padre.

A esa hora, la cocinera María Gracia preparaba el almuerzo para el misionero cuando escuchó el alboroto de los indios. Se asomó por la ventana y vio los cuerpos de las tres personas asesinadas y escuchó los gritos de Jatñil buscando al padre Caballero. Éste, que también se dio cuenta de lo que sucedía, junto con María Gracia se dirigieron a la iglesia con el  fin de esconderse detrás del altar, pero  no considerándolo seguro, subieron hasta el coro donde había mayor posibilidad de que no los descubrieran.

Y en efecto, los indios llegaron a la iglesia y comenzaron a buscar entre gritos de amenaza. Y fue entonces cuando el padre, lleno de temor, le suplicó a la cocinera que lo escondiera debajo de sus enaguas, prometiéndole que si se salvaban le iba a dar una generosa recompensa. Como pudo, la mujer se sentó encima del padre y lo cubrió con su ropa, no sin pensar que si Jatñil los descubría no vacilaría en quitarles la vida.

A poco llegó el capitancillo y al ver sentada a María Gracia le preguntó por el padre Caballero. Con el temor reflejado en su rostro, le contestó que no lo había visto, rogándole que no le hiciera daño. Jatñil le creyó y rápido se retiró para seguir buscando en otro lado. Así, con esa estratagema, el sacerdote se libró de una muerte segura.
Tiempo después, cuando le preguntaron a Jatñil por que pretendía quitarle la vida al padre, respondió: “Le tenía mucho coraje porque comenzó a llevarse a los  hombres y mujeres de mi tribu y con el engaño de bautizarlos los hacía trabajar para su  beneficio. Y también porque los castigaba y no los dejaba salir de la misión para visitar a sus familiares”.

Fue tal el susto del padre que de inmediato pidió su traslado a otra misión, y más aún conociendo el carácter vengativo de los indígenas. Pero de nada le valieron sus precauciones, dado que al poco tiempo de estar encargado de la misión de San Ignacio murió de repente, después de haber ingerido una taza de chocolate. En ese entonces corrió la versión de que había sido envenenado. De sus bienes nadie supo con quien quedaron.

Como no se supo que fin tuvo la india María Gracia, la mujer que con sus enaguas le salvó la vida al padre Félix Caballero.

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