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sábado, 17 de marzo de 2012

Cuando los jesuitas se fueron


CUANDO LOS JESUITAS SE FUERON

Por Leonardo Reyes Silva
lrsilva@prodigy.net.mxx

Después de 70 años de atender las misiones religiosas que fundaron en la Baja California, entre ellas Loreto, Mulegé, Comondú, La Purísima y San Francisco Javier, los padres jesuitas tuvieron que abandonar la península por orden del rey Carlos III. Fue una disposición tajante contenida en el Decreto del 27 de febrero de 1767, mediante el cual el rey desterraba de sus dominios, incluida la América, a todos los religiosos de la orden de San Ignacio de Loyola, quienes deberían refugiarse en los estados vaticanos, en Europa.

No se sabe bien a bien a que se debió esta decisión del monarca, aunque se cree  fue por intrigas palaciegas, levantando el falso rumor que los jesuitas maquinaban la ruina de la iglesia. Fue así como en el Decreto se asentó que esa determinación se debió “a causas gravísimas, relativas a mantener en subordinación, tranquilidad y justicia a sus vasallos, y en otras urgentes, justas y necesarias que reserva en su Real ánimo…”

Cosa parecida pasó en los primeros años del siglo XIV cuando el papa Clemente V, temeroso del gran poder adquirido por la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo, más conocidos como los Caballeros Templarios, envió instrucciones selladas a todas sus guarniciones militares, con la orden terminante de no abrirse hasta el 13 de octubre de 1307. En ellas el papa acusaba a los templarios de ser herejes, de rendir culto al demonio, de burlarse de la cruz y otras acusaciones, las más injustificadas. Ese día tomaron prisioneros a muchos templarios, se les torturó y fueron condenados a ser quemados vivos acusados de herejía. La verdadera intención de Clemente V era quedarse con los tesoros acumulados  por la orden.

Cuando el rey Carlos III de España expidió el Decreto de expulsión, se creía que los jesuitas de California eran dueños de cuatro millones de pesos producto de la explotación de las minas y el buceo de perlas. Además que tenían en su poder diez mil fusiles y pólvora suficiente para repeler cualquier ataque. Fue por eso que al llegar el nuevo gobernador, Gaspar de Portolá a Loreto a mediados del mes de diciembre, para aplicar el Decreto en cuestión, lo primero que hizo fue requisar todos los bienes de las misiones y levantar el inventario de los mismos.

Grande fue su sorpresa cuando se dio cuenta que sólo tenían en depósito siete mil pesos en Loreto, pero nada de fusiles ni la pregonada pólvora. Aún así incautó todo, pues la orden era reunir a todos los misioneros para llevarlos a la ciudad de México y de ahí a España. Pero dadas las distancias entre las que se encontraban los centros religiosos, hubieron de pasar dos meses más para disponer el viaje de los jesuitas.

Los 16 religiosos salieron el día 3 de febrero y desembarcaron en el puerto de Matanchel. De ahí pasaron por Tepic y Guadalajara hasta llegar a Veracruz.  El 8 de julio llegaron al puerto de Cádiz y en el mes de marzo de 1769 se embarcaron en un buque holandés que los llevó al puerto de Ostende. En ese lugar cada uno se dirigió a su lugar de origen.

Es interesante hace notar la presencia de misioneros alemanes en California. En el momento de la expulsión había ocho, entre ellos Lamberto Hostel, Benno Ducrue, Juan Jacobo Baegert, Ignacio Tirsch y Wenceslao Linck. Bien que mal  estos religiosos regresaron a su tierra, no así  los dos mexicanos, Juan José Diez y José Maríano Rothea, quienes permanecieron muchos años lejos de su patria.

48 años después, en 1815, el rey Fernando VII ordenó se abriera una investigación para conocer las verdaderas causas de la expulsión de los jesuitas del imperio español. Se buscó en los archivos del reino pero no se encontraron pruebas de su culpabilidad. Fue así que en el año de 1816, la orden de los jesuitas fue reconocida de nueva cuenta.
Pero ya no pudieron volver a California. Después de su destierro las misiones estuvieron a cargo de los padres franciscanos y a partir de 1773 las atendieron los frailes dominicos. De cualquier manera, el recuerdo de los jesuitas permanece en tanto existan los centros religiosos que ellos construyeron,  que dan fe de toda una hazaña evangelizadora extraordinaria.

Ahí están como testimonios los templos de Loreto, Mulegé, San Ignacio, Santa Gertrudis y San Javier. Otros como el de La Purísima, Los Dolores, La Paz y Todos Santos han desaparecido, pero no así los nombres de los misioneros jesuitas que los fundaron. Ellos ya pertenecen a la historia de Baja California Sur.

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