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sábado, 29 de septiembre de 2012

Amado Aguirre y la rebelión de 1929


Amado Aguirre y la rebelión de 1929

Por: Leonardo Reyes Silva

El 1º. de noviembre de 1927 llegó como gobernador del Territorio Sur de la Baja California, el general e ingeniero Amado Aguirre. Venía precedido de una amplia carrera militar en la revolución mexicana y fue, en 1917, uno de los diputados constituyentes creadores de nuestra Carta Magna. Figuró en puestos importantes en los gobiernos de Carranza, Obregón y Plutarco Elías Calles.

Dedicado a atender los problemas más urgentes de la entidad, pronto demostró excelentes dotes de administrador poniendo en orden las finanzas y aplicando programas en beneficio de los campesinos y de la población en general. Y así hubiera transcurrido su gobierno, si no es que un movimiento armado en 1929 alteró la tranquilidad de nuestra ciudad.

Desde el mes de diciembre de 1928 gobernaba el país el licenciado Emilio Portes Gil, presidente provisional a raíz del asesinato del presidente electo Álvaro Obregón. Y fue en el mes de marzo de 1929 cuando un grupo de generales encabezado por José Gonzalo Escobar se rebelaron en contra del gobierno establecido, llamando a las armas a toda la república.

Fue un levantamiento muy grave para la paz de nuestro país, sobre todo por que regiones militares como Sonora y Veracruz lo apoyaron así como algunos diputados y senadores. Fue por ello que el presidente Portes Gil ordenó sofocar esa rebelión y en menos de mes y medio dos de los principales sublevados fueron sentenciados a la pena de muerte, con excepción del general Escobar quien se refugió en los Estados Unidos.

En esa sublevación un grupo de militares pertenecientes a la guarnición de la ciudad de La Paz se pusieron de su parte, se apoderaron del cuartel, de la comandancia de policía y querían que el gobernador Aguirre secundara sus intenciones… Lo invitaron para que se sumara a las fuerzas rebeldes de los generales Francisco R. Manzo y Fausto Topete, en el estado de Sonora.

La entrevista de los amotinados y el general Aguirre tuvo lugar en la casa habitación de este último. En vano pretendió hacerlos desistir de la idea de traicionar su deber de soldados leales al gobierno constituido, por que además, estaba seguro, que esa rebelión no tenía pies ni cabeza, ya que no se sabía el propósito que los guiaba.

A pesar de sus argumentos, los militares no desistieron de sus intenciones y fue tal el cinismo de uno de ellos, el mayor Daniel Canto, que le pidió le entregara su pistola ametralladora Thompson, a lo que Aguirre les contestó con tono airado: “Ah, se trata de desarmarme, pues cuando me hayan fusilado o matado en cualquier forma se llevarán las armas que el Supremo Gobierno ha puesto en mis manos para su defensa”.

Ante la digna actitud del gobernante, optaron por retirarse a fin de preparar su salida del puerto aprovechando el barco “Washington” surto en la bahía. Mientras tanto, el general Aguirre se dirigió a la casa de gobierno a fin de proteger el dinero destinado a los sueldos de los empleados. Puso en resguardo a través de la empresa Ruffo Hermanos 45 mil dólares que fueron depositados en un banco de San Francisco, California.

Aunque los militares sublevados ya habían salido de La Paz, Aguirre se preparó para una probable invasión de parte de los escobaristas. Pidió refuerzos, armas y municiones para enfrentar cualquier contingencia. En La Paz reclutó a cien hombres dispuestos a la defensa de la ciudad. Y fue en esos días cuando tuvo lugar un suceso que pudo alterar la paz pública.

Resulta que el general Aguirre fue informado de un intento de rebelión en contra de su gobierno por parte de los coroneles Félix y José Ortega, hijos del general revolucionario Félix Ortega Aguilar. Por si las dudas, cuando estos dos militares en estado de embriaguez gritaron vivas a los generales Manzo y Topete, los mandó detener, y sólo los dejó en libertad cuando su padre intercedió por ellos.

En cuanto a la negativa del general Aguirre de sumarse a la sublevación escobarista, sus palabras resultaron proféticas. Derrotado el movimiento, los generales José María Aguirre y Jesús Palomera López fueron pasados por las armas, mientras que otros tuvieron que huir al extranjero, entre ellos José Gonzalo Escobar y Francisco R. Manzo.

Dicen las crónicas que con los millones saqueados a los bancos de Monterrey y Torreón, el general Escobar compró una hacienda en un lugar de Canadá donde vivió muchos años. En 1943 volvió a nuestro país y en 1969 murió en la ciudad de México.

Por su parte, el general Amado Aguirre entregó el gobierno del Territorio al también general Agustín Olachea Avilés, en el mes de agosto de 1929. De Aguirre dice el historiador Miguel León Portilla: “La fecunda vida del ingeniero minero, general revolucionario, estudioso de la historia, hombre de proverbial honradez, gobernante por cerca de dos años en Baja California Sur, concluyó a los 86 años de edad en la ciudad de México, el 22 de agosto de 1949”.

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