Por Leonardo Reyes Silva
El historiador y explorador Carlos Lazcano descubrió hace
poco unas pinturas rupestres localizadas en la sierra de San Juan, en el estado
de Baja California. Aunque en sus recorridos ha encontrado y registrado más de
un centenar de ellas en diversos sitios, éstas que encontró en una cueva
presentan una serie de pinturas de color rojo, ocre, negro y blanco, estilo
Gran Mural.
El mural mide más o menos ocho por tres metros y en él se
encuentran venados, borregos cimarrones y numerosas figuras humanas. Las
pinturas están a cinco metros de altura sobre el techo de la cavidad. A pesar
de su antigüedad aún se conservan en buen estado. “Son hermosas”—dice su
descubridor.
El descubrimiento de estas pinturas da pie para recodar un
poco las investigaciones que se han realizado en torno al arte rupestre en la
península de la Baja California.
Y, desde luego decir que los primeros en escribir sobre ellas fueron los
misioneros jesuitas del siglo XVIII, en especial el padre José Mariano Rothea quien
atendió la misión de San Ignacio en los años de 1759 a 1768.
El padre Rothea recorrió parte de la sierra de San Francisco
y desenterró restos humanos de gran estatura. El mismo jesuita escuchó de sus
feligreses varias narraciones acerca de una leyenda sobre la procedencia de los
antiguos californios autores de esas pinturas. Según la leyenda en tiempos
remotos llegaron del norte grupos de extraordinaria estatura que venían huyendo
y se refugiaron en la región montañosa de la península, principalmente en las
sierras de San Borja y San Francisco.
Afirma la leyenda que los cochimíes que ocupaban la región
no eran descendientes de los pintores y que éstos desaparecieron dejando tan
solo su recuerdo en las pinturas y petroglifos existentes en diversos lugares
de la península.
En 1895, León Diguet conoció algunas de esas pinturas y
publicó un informe acompañado de dibujos y fotografías. Cinco décadas después,
en 1951, personal del Instituto de Antropología e Historia reconoció a las
pinturas rupestres de la cueva de San Borjitas, cercana al pueblo de Mulegé. En
esa expedición figuraba el escritor Fernando Jordán quien en sus reportajes en
la revista “Impacto” había dado a conocer la importancia de ese descubrimiento.
Pero fueron el escritor Harry Crosby y el fotógrafo Enrique
Hambleton quienes en el año de 1972 recorrieron la sierra de San Francisco, con
el fin de localizar y catalogar los lugares donde se encontraban las pinturas.
Por cierto, es de gran interés leer los comentarios que Enrique hace de sus
recorridos. Dice en su libro “La pintura rupestre de Baja California”:
“A menudo no me era
posible contener mis ansias y, pese a la fatiga debida al constante esfuerzo
por avanzar entre matorrales y rocas sueltas, apresuraba mis pasos… El hecho de
ser uno de los pocos afortunados que han contemplado de cerca estas obras
trascendentales, anula todo recuerdo de inevitables contratiempos, y surge en
mí un sentimiento de gratitud por el privilegio de esa contemplación”.
En las fotografías de las pinturas en las cuevas de la
sierra de San Francisco, aparecen figuras semejantes a las que Carlos Lazcano
descubrió en la sierra de San Juan. Por eso es casi seguro que los dos sitios
fueron ocupados por el mismo grupo primitivo, aunque por la situación
geográfica primero habitaron la sierra de San Juan y posteriormente la de San
Francisco.
En su viaje de exploración, después de caminar seis horas
sobre un terreno con muchos pedregales y despeñaderos, además de todo tipo de
arbustos espinosos, llegó al lugar que buscaban. Trazó en un mapa el sitio y
tomó muchas fotografías tanto de día como de noche. “Por mera protección, --dice
Carlos-- no divulgaré su ubicación ni como llegar a la cueva. Así evitaré que
vándalos lleguen a ella”.
El descubrimiento de las pinturas rupestres de la sierra de
San Juan es uno más de los muchos que ha logrado Carlos. Y que le han dado
grandes satisfacciones. Él mismo lo dice: “Explorar geografías es parte de mi
amor por la vida. Por eso amo profundamente a la naturaleza, por que convivo
mucho con ella a través de las exploraciones, de los campamentos, del encuentro
con la flora y la fauna, de beber el agua en los mismos manantiales, de caminar
entre las veredas y los cerros, de bañarme en los arroyos”.
“Estoy convencido —afirma— de que en las escuelas primarias
y secundarias debería incluirse un curso de campismo, donde el alumno aprenda a
tener un verdadero contacto con la naturaleza, y esto le pueda servir para
apreciar más a nuestra Madre Tierra, y sobre todo a defenderla como parte de sí
mismo”.
ESTIMADOS LECTORES: Con este número doy por concluidos los
relatos sudcalifornianos. Fueron cincuenta páginas, y a través de ellas traté
de ofrecer un panorama de algunos de los hechos y personajes que han trascendido
en la historia de Baja California Sur. Doy las gracias al periódico “El
Sudcalifoniano” por permitirme un espacio en ese importante medio de
comunicación. Y al periodista Gerardo Ceja García por el excelente diseño de
impresión de los relatos. Y a ustedes por darse el tiempo de leerlos.
AGRADECIMIENTO DEL EDITOR
El trabajo de don Leonardo, recolectado en estos cincuenta
número de Relatos de la historia sudcaliforniana, sin duda ha sido un gran
aporte a la historiografía peninsular, además de enriquecer al periodismo
cultural en Baja California Sur. Como editor me siento muy halagado de trabajar
con el maestro Reyes Silva y yo soy quien le agradece por haber aceptado esta
propuesta.
Quiero destacar que este material no solo se conservará en
las hemerotecas, sino que, gracias a las actuales tecnologías, los relatos
están disponibles en línea a través del blog que aparece en el enlace ubicado
al final de la página.