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sábado, 9 de julio de 2011

La venganza que mató un sueño


La venganza que mató un sueño

Por: Leonardo Reyes Silva

Su principal objetivo al desarrollar la industria del cultivo de las ostras perleras era beneficiar al pueblo de la Baja California. Y lo hubiera logrado, por que su empresa dedicada a la ostricultura en la isla de Espíritu Santo era todo un éxito ya que producía 10 millones de conchas y entre 200 y 500 perlas de buen oriente.

Eran los años previos de la Revolución Mexicana. Aquí, en el Distrito Sur de la Baja California gobernaba el general Agustín Sanginés y el presidente municipal era el señor Gastón J. Vives, éste último dueño de la “Compañía Criadora de Concha y Perla de Baja California”. Quizá los movimientos revolucionarios no habrían afectado los negocios de don Gastón, pero un  incidente personal dio al traste con sus buenas intenciones.

En su carácter de autoridad oficial, el señor Vives sorteó diversos conflictos pero ninguno como el que tuvo con el señor Miguel L. Cornejo, quien en esos años también se dedicaba al negocio de las perlas. Pero mientras el primero era de filiación porfirista, el segundo era un opositor declarado que tenía relaciones con los grupos inconformes del gobierno dictatorial del presidente Porfirio Díaz.

Así las cosas, un día de marzo del año de 1895, al encontrarse estos dos personajes paseando en el jardín Velasco, hubo un cambio de palabras altisonantes y la acción, un tanto sorpresiva de Cornejo, de propinarle una bofetada a Vives, con tal fuerza que lo derribó y ya caído continuó con los golpes. Gracias al auxilio de varias personas lograron separarlos, no sin antes el presidente municipal hiciera un disparo para alertar a la policía.

Cuando fue detenido, Cornejo declaró que le pegó cuando vio que Vives trataba de sacar la pistola y que actuó en defensa propia. Sin embargo, las investigaciones demostraron que Cornejo había obrado con alevosía y ventaja, y por ello fue sentenciado a seis meses de prisión por el delito de lesiones. Meses después consiguió su libertad bajo caución, con una fianza de dos mil pesos.

Con esa rivalidad pasaron los años. Vives atendiendo su empresa perlera y Cornejo dedicado al comercio y la pesca y participando en actividades políticas. En 1911 formó parte del Club Democrático Sudcaliforniano, junto con Félix Ortega, Luis Gibert y otros destacados ciudadanos paceños. También fue suplente de Antonio Canalizo que fue electo diputado federal.

En el mes de noviembre de 1911, con el triunfo de las fuerzas revolucionarias de Francisco I: Madero, el general Sanginés entregó el gobierno al señor Santiago Diez y dos años después, con la traición del general Victoriano Huerta, quien ordenó la muerte del señor Madero y del vicepresidente Pino Suárez,  de nueva cuenta designaron otro gobernante en la persona del doctor Federico Cota.

Y mientras tanto Miguel L. Cornejo estaba a la expectativa de los acontecimientos políticos. Cuando las fuerzas constitucionalistas derrocaron a Huerta en 1913, él formaba parte del grupo opositor y fue así como en 1914, al frente de un numeroso contingente y con el grado de coronel llegó a La Paz, no sin antes detenerse en la isla Espíritu Santo con  el fin de destruir las instalaciones de la compañía perlera de Vives y saquear los fondos marinos donde estaban las ostras cultivadas. Ya en La Paz, se apoderaron de los edificios de la empresa, de los productos almacenados en las bodegas—conchas y perlas listas para la exportación—y destruyeron la documentación de la compañía.

La justificación fue que Vives era partidario del gobierno usurpador y fue por ello la incautación de sus bienes. Pero lo cierto es que todo se debió a una venganza personal, y que Cornejo sin medir las consecuencias de sus actos, dio al traste con una empresa que estaba logrando el bienestar económico de los habitantes de la ciudad de La Paz y sus alrededores.

Fue una destrucción total de los activos de la compañía. Entre las instalaciones en la isla, los paninos perleros, las propiedades y las perlas listas para su comercialización, la pérdida se estimó en un millón y medio de pesos de ese entonces.

Desde luego, esta historia no tuvo un final feliz. Don Gastón J. Vives, después de varios años en que se refugió en los Estados Unidos por temor a perder su vida, regresó a la ciudad de La Paz y  luchó incansablemente por rehacer su compañía, pero ni el gobierno, ni los empresarios ni los mismos paceños mostraron interés alguno.
Hoy se recuerda a don Gastón a través de la familia que aún vive. Y por la publicación de un libro de la historiadora Micheline Cariño Olvera que lleva por título “El porvenir de la Baja California está en sus mares. Vida y legado de don Gastón J. Vives, el primer maricultor de América”.

Tiene razón Micheline cuando dice que las autoridades estatales deben honrar la memoria de este extraordinario sudcaliforniano. ¿Hasta cuándo—pregunta--, le rendirá homenaje como probo funcionario y como primer maricultor de América?

Don Gastón J. Vives murió en 1939. Con él murieron todas las ostras perleras de Baja California Sur.

1 comentario:

  1. pero nosotros muy modestamente lo honramos tratando de rescatar ese trabajo que él inició pero solos sin ningún apoyo, perlas del cortez

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