Las enaguas salvadoras
Cuando en 1773, la orden de los Dominicos
llegó a California para hacerse cargo de las misiones religiosas que
abandonaron los frailes franciscanos, quienes se trasladaron a la Alta California a fin de
realizar su tarea evangelizadora, no tuvo otro campo de acción—aparte de
atender las misiones ya establecidas-- que la parte norte de la península,
región en la que fundaron 9 misiones, entre ellas Santo Tomás de Aquino,
Nuestra Señora del Rosario de Viñadaco y la última Nuestra Señora de Guadalupe
del Norte, en 1834.
De todos los padres dominicos que estuvieron
en California, los que más sobresalieron fueron Vicente Mora, Miguel Hidalgo,
Luis de Sales, Félix Caballero y Gabriel González, este último por su destacada
participación en la vida política de la Baja California. Aquí nos vamos
a referir en particular al padre Caballero, fundador de la misión de Nuestra
Señora de Guadalupe del Norte.
El padre Félix Caballero fue uno de los
hombres más activos, no solo en el aspecto religioso sino también en los
asuntos que competían a la administración de las misiones y, con especial
dedicación, a los que le redituaban ganancias económicas personales. Cuando por
seguridad tuvo que trasladarse a la misión de San Ignacio, su representante en
su anterior misión le mandó todo el ganado de su propiedad que sumaban varios
cientos de cabezas.
Pero, ¿por qué su cambio a otra misión cuando
se suponía que la de Nuestra Señora de Guadalupe era la mejor de todas las
establecidas por los dominicos? El motivo tuvo que ver con las insurrecciones
de los indios, y en especial de un capitancillo llamado Jatñil del grupo de los
Kumiai.
Jatñil siempre había sido un colaborador de
las autoridades destacamentadas en La Frontera , e incluso los había ayudado a vencer a
otras tribus que tenían intenciones de apoderarse de las misiones y
destruirlas. Junto con el alférez Macedonio González—una leyenda en esa
región—combatió contra los indios pa-ipai, cucapá y kiliwas. Tenía a su
disposición mil guerreros que lo obedecían en cualquier situación.
En 1840, en una acción inesperada, Jatñil y un grupo de sus seguidores llegó a
la misión de Guadalupe en busca del padre Caballero para matarlo. Como ya lo
conocían no desconfiaron de ellos, lo que aprovecharon para matar al cabo
Orantes y a dos indios catecúmenos que estaban de visita, al mismo tiempo que
preguntaban por el padre.
A esa hora, la cocinera María Gracia
preparaba el almuerzo para el misionero cuando escuchó el alboroto de los
indios. Se asomó por la ventana y vio los cuerpos de las tres personas
asesinadas y escuchó los gritos de Jatñil buscando al padre Caballero. Éste,
que también se dio cuenta de lo que sucedía, junto con María Gracia se
dirigieron a la iglesia con el fin de
esconderse detrás del altar, pero no
considerándolo seguro, subieron hasta el coro donde había mayor posibilidad de
que no los descubrieran.
Y en efecto, los indios llegaron a la iglesia
y comenzaron a buscar entre gritos de amenaza. Y fue entonces cuando el padre,
lleno de temor, le suplicó a la cocinera que lo escondiera debajo de sus
enaguas, prometiéndole que si se salvaban le iba a dar una generosa recompensa.
Como pudo, la mujer se sentó encima del padre y lo cubrió con su ropa, no sin
pensar que si Jatñil los descubría no vacilaría en quitarles la vida.
A poco llegó el capitancillo y al ver sentada
a María Gracia le preguntó por el padre Caballero. Con el temor reflejado en su
rostro, le contestó que no lo había visto, rogándole que no le hiciera daño.
Jatñil le creyó y rápido se retiró para seguir buscando en otro lado. Así, con
esa estratagema, el sacerdote se libró de una muerte segura.
Tiempo después, cuando le preguntaron a
Jatñil por que pretendía quitarle la vida al padre, respondió: “Le tenía mucho
coraje porque comenzó a llevarse a los hombres y mujeres de mi tribu y con el engaño
de bautizarlos los hacía trabajar para su
beneficio. Y también porque los castigaba y no los dejaba salir de la
misión para visitar a sus familiares”.
Fue tal el susto del padre que de inmediato
pidió su traslado a otra misión, y más aún conociendo el carácter vengativo de
los indígenas. Pero de nada le valieron sus precauciones, dado que al poco
tiempo de estar encargado de la misión de San Ignacio murió de repente, después
de haber ingerido una taza de chocolate. En ese entonces corrió la versión de
que había sido envenenado. De sus bienes nadie supo con quien quedaron.
Como no se supo que fin tuvo la india María
Gracia, la mujer que con sus enaguas le salvó la vida al padre Félix Caballero.
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