Chimbiká, el rey del desierto californiano
Así llamaban los indios al más grande animal
salvaje que habitaba la península de la Baja California. Tanto los
pericúes del sur, como los guaycuras y los cochimíes que habitaban el resto de
la entidad lo conocían, pero un tanto debido a sus creencias que impedían
matarlo y también porque aprendieron a convivir con él, este felino era el amo
y señor de los montes y valles.
Los navegantes que arribaron a las costas
californianas en el siglo XVII, al describir las costumbres de los indios dan
fe de los regalos que les hicieron, entre ellos unas pieles de un animal al que
ellos llamaban “Chimbiká” y que los marinos identificaron como cueros de tigre
y de león. En realidad eran pieles de lo que después se conoció como Puma o
León Americano, una especie muy difundida en toda la América del Norte.
Cuando los padres jesuitas llegaron a las
Californias para fundar sus misiones, trajeron consigo animales domésticos como
cabras, borregos, vacas y caballos, mismos que se distribuyeron a los centros
religiosos que iban estableciendo. Con el paso de los años se obtuvieron crías
que aumentaron los rebaños en muy buena proporción como fue el caso de las misiones de San Francisco Javier, Comondú, La Purísima y San Luis Gonzaga.
La carne de esos animales sirvió para
complementar la dieta de los indios que radicaban en las misiones, aunque no en
la proporción que ellos deseaban, por lo que el ganado fue en aumento,
aprovechando las grandes extensiones de terreno donde podían alimentarse. Pero si los nativos no disfrutaban de la
carne de esos animales, si lo hacían los leones y los coyotes que mataban a las
crías sin que los misioneros pudieran evitarlo.
El padre Miguel del Barco, encargado de la
misión de San Francisco Javier, se quejaba de la falta de mulas y caballos,
porque la cruza entre las yeguas, caballos y burros se hacían en el campo y no
tenían control sobre ellos. Y eso originaba que los leones dieran cuenta de las
crías, a veces sin dejar una sola. Por su parte, Juan Jacobo Baegert, de la
misión de San Luis Gonzaga, informaba que en un año “los leones mataron a cincuenta de mis potrillos y becerros. Algunas
veces hasta se atreven a atacar a caballos y mulas…”
El mismo padre Baegert, en una carta que le
mandó a su hermano George también misionero, le dice: “Hace algunas semanas mi boyero me trajo un animal que llaman león el
cual algunas veces mató a todos mis potrillos y terneras, como ocurrió este
año. Tuvo suerte en poder matarlo por medio de una piedra que le tiró desde lo
alto de una roca. Era muy joven. Las garras eran la mitad de gruesas respecto a
otro ejemplar que fue muerto por los perros y después enviado a mí. Sin embargo
las patas eran tan grandes como las de un becerro de diez semanas de nacido. El
cuerpo era muy largo con pelambre corta parecida a la piel de un caballo. El
color es amarillento las orejas cortas,
cabeza y bocas son redondas con un buen juego de dientes y un bigote
como de un gato. Pienso que estos animales, con excepción del color y pelaje,
tienen más semejanza con los tigres que con los leones…”
Después de que los jesuitas fueron expulsados
de la península en el año de 1768, el padre Miguel del Barco en un manuscrito
que dio a conocer, describió con amplitud las características del que llamó
“leopardo o león y que los indios cochimíes llamaban Chimbiká que significa
gato montés grande”. Y Francisco Javier Clavijero, en su “Historia de la Antigua o Baja
California” también se refiere a estos
animales muy numerosos en la península, “porque
no atreviéndose los californios a matarle a causa de cierto temor supersticioso
que le tenían antes de convertirse al cristianismo, se fueron multiplicando con
mucho perjuicio de las misiones que después se fundaron, pues hacían estragos
en los ganados y tal vez en los hombres, de los cual se vieron algunos ejemplos
trágicos en los últimos años que estuvieron allí los jesuitas…”
Contra lo que pudiera esperarse, en ese
periodo de la existencia de las misiones y de los padres jesuitas, franciscanos
y dominicos que las atendieron, nada se hizo para diezmar a esa fiera salvaje
por lo que su número fue aumentando. Ni trampas, ni batidas, ni cacería con
armas de fuego se utilizaron para acabar con el peligro que representaba este
animal. Todavía a mediados del siglo XIX, muchas personas dieron fe de su
encuentro con leones, pero sin consecuencias que lamentar. Y es que, de tiempo
atrás, se sabía que estas fieras le temían al hombre, salvo algunos casos donde
fue atacado por En los últimos años poco se sabe de la existencia de leones en
nuestra península. Su extinción se debió a la multiplicación de ranchos en las
sierras y la matanza de ellos por los rancheros con el fin de proteger a su
ganado. Aunque todavía en lo alto de las sierras de San Francisco, de La Giganta , de La Laguna y de La Victoria , moran unos
cuantos ejemplares.
Hace dos décadas recorrí algunos ranchos de
la sierra de La Laguna ,
por el lado de San Antonio de la Sierra. En
uno de ellos saludé a don Sebastián Cosió quien tenía fama de cazador de
leones. Entre trago y trago de café, platicó que según sus cuentas había matado
cerca de cien de estos animales, auxiliado por sus perros y una carabina 30-30.
De las comunidades de las regiones de Santiago, Miraflores, San Bartolo, Todos
Santos y San Antonio, lo mandaban llamar para que diera cuenta de leones que
asolaban al ganado.
Cuando le pregunté si había comido carne de
ese animal me contestó que sí, pero fue por necesidad. Él y otro compañero se
pasaron todo el día rastreando uno que dio por matar al ganado. Ya muy tarde lo
encontraron y le dieron un balazo y como no habían comido en todo esas largas
horas, su amigo arrancó unas tiras de carne del león y las puso a asar. Don
Sebastián no pudo aguantarse y se comió un buen pedazo. “hasta
eso—comentó—tiene muy buen sabor”.
Lástima que los indios de California no
supieron aprovechar la carne y la piel de estos animales. Con su permanente
hambruna que los hacía comer lagartijas, lombrices y otras sabandijas, un
bocado de carne de Chimbiká les sabría a gloria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario