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domingo, 5 de febrero de 2012

Los apuros del general Múgica


Los apuros del general Múgica

por Leonardo Reyes Silva

Cuando al general Francisco J. Múgica lo comisionaron para que se hiciera cargo del gobierno del Distrito Sur de la Baja California, nunca se imaginó la tarea tan ardua que tenía por delante, no sólo por el atraso en el desarrollo económico de la entidad sino también por el olvido ancestral en que se había tenido a esta región de nuestro país.

Y a lo anterior hubo que sumarle el peligro latente que significaba la declaración de guerra contra los países del Eje —Alemania, Italia y Japón— y la probable invasión de las costas californianas por las fuerzas niponas, sin contar la manifiesta oportunidad de los Estados Unidos para, con el pretexto de la defensa de sus costas, penetrar al territorio mexicano para protegerlo de ese supuesto arribo de las fuerzas enemigas.

Pero Múgica sabía como “mascaba la iguana” tratándose de las ambiciones territoriales de los norteamericanos y peor sabiendo que desde siempre habían querido adueñarse de la Baja California. Por eso, en mensajes enviados al presidente Ávila Camacho, le reiteraba la necesidad de construir caminos hacía la costa por los rumbos de Bahía Magdalena, la adecuación de campos de aterrizaje y contingentes militares para hacerle frente a cualquier emergencia.

Pero el peligro no llegó del Japón sino de los Estados Unidos. Sin decir agua va, a finales de 1941, tropas norteamericanas pasaron la línea fronteriza por la ciudad de Tijuana y se posesionaron de puntos estratégicos del norte de la península y llegaron incluso hasta la población de Santa Rosalía. Fue en ese mes de diciembre cuando el general Cárdenas, nombrado comandante de la Región Militar del Pacífico, acompañado del general Múgica, se dio cuenta que a la altura de Bahía Magdalena se encontraba una flota norteamericana.

Gracias a la firme determinación del general Cárdenas y con el apoyo del presidente Ávila Camacho, en el mes de enero del siguiente año las tropas invasoras regresaron a su país. En ese entonces se hacía la pregunta sobre quien había autorizado la entrada de los gringos a nuestro suelo. Por que había peligrado la soberanía de México.

Pero eso no fue todo. Seguía latente la intromisión de los Estados Unidos y fue por eso que tanto Cárdenas como Múgica insistieron ante el presidente Ávila Camacho la urgente orden de evitar a toda costa que las tropas norteamericanas penetraran al país. En el mes de marzo de 1942, cuando el IV Ejército al mando del general Hewitt formado por 20 mil elementos llegaron hasta la frontera con México, el pueblo de Tijuana, apoyado por el ejército mexicano se opusieron a la invasión y con voces iracundas gritaban: ¡No pasarán! ¡No pasarán!

Cuenta la crónica que ante la valerosa decisión de los tijuanenses y la enérgica actitud de los militares mexicanos, el ejército extranjero se vio obligado a regresar a sus bases en la ciudad de San Diego. En sus memorias, el general Heriberto Jara se refirió a este suceso diciendo: “Ya los soldados norteamericanos estaban listos para cruzar la frontera. Cárdenas dio orden de hacer fuego si pasaban. Y así lo comunicó al gobierno de los Estados Unidos que ante tan digna actitud optó por cancelar tan descabelladas disposiciones”.

Este fue el mayor peligro por el que atravesó nuestro país en la Segunda Guerra Mundial. Y aunque las pláticas para llegar a acuerdos sobre la defensa del territorio nacional prosiguieron en buenos términos, lo cierto es que si no hubiera sido por la firme determinación de Cárdenas y las protestas enérgicas de Múgica, a lo mejor los gringos se hubieran salido con la suya.

Múgica demostró en estos inesperados acontecimientos su acendrado patriotismo y la actitud viril de un destacado mexicano. Sobre el particular, en una ocasión, ante un grupo de oficiales de la Región Militar del Pacífico, expresó: “Negociando podremos sobrevivir; pero si no logramos salvarnos por este medio solamente nos quedará un recurso: el de hacernos matar defendiendo nuestra dignidad; sólo así salvaremos a México de la ignominia y las generaciones futuras no maldecirán nuestra memoria…”

Resuelto el grave problema de la incursión de los americanos en tierras de la Baja California, el general Múgica continuó atendiendo los asuntos relacionados con el mejoramiento de las condiciones de vida de los habitantes del Distrito Sur abriendo fuentes de trabajo, la apertura de zonas agrícolas, las campañas contra las enfermedades infecciosas, el impulso a la educación y el deporte, la construcción de caminos y la ampliación de los presupuestos asignados al Distrito por el gobierno central.

Quizás, independientemente de sus esfuerzos para lograr un mejor desarrollo para la entidad, uno de sus mayores méritos fue la firme defensa de la soberanía de esta región del país. Su voz fue escuchada por los altos funcionarios del gobierno, quienes compartieron sus inquietudes y el peligro que representaba la penetración de tropas norteamericanas a territorio nacional. Es por eso de los apuros del general Francisco J. Múgica.

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