El 19 de junio de 1867 es una fecha trascendente en la
historia de México. Con el triunfo de las armas republicanas, ese día fueron
fusilados en el cerro de Las Campanas, en la ciudad de Querétaro, el emperador
Maximiliano de Habsburgo y los generales Miguel Miramón y Tomás Mejía.
En ese mismo año, pero el 4 de abril, un aventurero
norteamericano de nombre Gastón D´Artois, quien se hacía pasar como un oficial
de artillería del ejército de occidente, invadió la península de la Baja California por el lado de
la población de San José del Cabo y al frente de un reducido grupo de
inconformes se declaró en rebeldía contra el gobierno de Antonio Pedrín, en ese
entonces jefe político del Territorio.
Pero ¿qué razones tuvo D´Artois para hacerlo? Hablemos un
poco de los antecedentes. En 1862, cuando nuestro país se enfrentaba a la
invasión francesa, el señor Pedro Magaña Navarrete fue designado jefe político
del Territorio por la Asamblea Legislativa
local. En 1864 entregó el poder y de nueva cuenta en 1866 se hizo cargo de la
jefatura. Sin embargo, el presidente Juárez lo desconoció y nombró en su lugar
a don Antonio Pedrín.
Desde luego, esa determinación no fue del agrado de
Navarrete, por lo que desde el puerto de Mazatlán fraguó un movimiento
sedicioso con el fin de volver a tomar las riendas del gobierno del Territorio.
Y para ello echó mano del norteamericano Gastón D´Artois, quien ni tardo ni
perezoso aceptó la encomienda.
La asonada se inició en el pueblo de Santiago sometiendo a
las autoridades y de ahí se trasladaron a San Antonio y El Triunfo donde
sorprendieron a los pobladores y tomaron como rehenes a varias personas
importantes de esos lugares. Al día siguiente llegaron a La Paz y atacaron la Casa de Gobierno y el
cuartel, pero fueron rechazados y obligados a huir por los rumbos de San
Antonio y el rancho de Texcalama.
Dicen las crónicas que perseguido por las fuerzas de
gobierno, D´Artois logró escapar por los vericuetos de la sierra, pero unos
rancheros le siguieron el rastro y lo encontraron dormido debajo de un palo
verde, lo tomaron prisionero y lo condujeron a La
Paz. Entre los documentos que se le
recogieron encontraron un manifiesto dirigido a los habitantes del Territorio
en el que, dentro de otras cosas, declaraba destituido como jefe político a don
Antonio Pedrín.
Desde luego este atentado causó indignación entre los
habitantes de La Paz
quienes pedían un castigo ejemplar para los amotinados, incluso para D´Artois
pedían la pena de muerte. Pero el jefe político los consignó a las autoridades
centrales y éstos a un tribunal militar para que los juzgara.
En el interín y preocupado por su suerte, D´Artois dirigió
varios alegatos al gobierno mexicano tratando de justificar sus acciones,
considerándose ciudadano de los Estados Unidos y por lo tanto protegido por las
leyes de esa nación. Y como siempre ocurre, dos autoridades de ese país
protestaron por la detención de esta persona. W. W. Halleck, mayor general del
ejército norteamericano y F. B. Elmer, cónsul en la ciudad de Tijuana, enviaron
sendos oficios pidiendo un juicio justo para el prisionero.
No sabemos que tanta influencia tuvieron las intervenciones
de estos personajes, pero total, después de muchos dimes y diretes, D´Artois
fue puesto en libertad y un año después obtuvo del jefe político Carlos F.
Galán, una concesión para establecer un centro de población en las márgenes del
río Colorado. Permiso que por cierto le costó un proceso judicial al gobernante
por extralimitarse en sus funciones.
Después de ese intento de colonización, de D´Artois no se
volvió a saber nada, aunque para la historia de la Baja California fue otro más de
los aventureros que como William Walker en 1853 y Juan Napoleón Zerman en 1855,
pretendieron buscar su fortuna en tierras californianas, sin darse cuenta que
aquí encontrarían una resistencia feroz a sus audaces pretensiones.
Por lo demás, así terminó la tentativa de Pedro Magaña
Navarrete de apoderarse del gobierno del Territorio. Refugiado en San
Francisco, California, allá quedó para siempre. El último recuerdo de su
gobierno en la Baja California
es que dejó las arcas de la tesorería vacías.
Lo que sí es oportuno comentar es que mientras en el centro
del país se luchaba contra el ejército francés y contra el gobierno imperial de
Maximiliano, aquí en el Territorio de la Baja California los grupos
políticos andaban a la greña con el dicho de “quítate tú para ponerme yo” sin
importarles mucho el destino de nuestro país.
Afortunadamente con el triunfo de las fuerzas liberales
encabezadas por el presidente Juárez, las cosas se normalizaron y de nueva
cuenta el Territorio volvió por los cauces de la paz y la armonía entre
gobernados y gobernantes, haciéndose eco de lo dicho por el vencedor de los
franceses: “Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho
ajeno es la paz”.
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