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domingo, 4 de marzo de 2012

La asonada de Gastón D´Artois


LA ASONADA DE GASTÓN D´ARTOIS

Por Leonardo Reyes Silva
            
El 19 de junio de 1867 es una fecha trascendente en la historia de México. Con el triunfo de las armas republicanas, ese día fueron fusilados en el cerro de Las Campanas, en la ciudad de Querétaro, el emperador Maximiliano de Habsburgo y los generales Miguel Miramón y Tomás Mejía.

En ese mismo año, pero el 4 de abril, un aventurero norteamericano de nombre Gastón D´Artois, quien se hacía pasar como un oficial de artillería del ejército de occidente, invadió la península de la Baja California por el lado de la población de San José del Cabo y al frente de un reducido grupo de inconformes se declaró en rebeldía contra el gobierno de Antonio Pedrín, en ese entonces jefe político del Territorio.

Pero ¿qué razones tuvo D´Artois para hacerlo? Hablemos un poco de los antecedentes. En 1862, cuando nuestro país se enfrentaba a la invasión francesa, el señor Pedro Magaña Navarrete fue designado jefe político del Territorio por la Asamblea Legislativa local. En 1864 entregó el poder y de nueva cuenta en 1866 se hizo cargo de la jefatura. Sin embargo, el presidente Juárez lo desconoció y nombró en su lugar a don Antonio Pedrín.

Desde luego, esa determinación no fue del agrado de Navarrete, por lo que desde el puerto de Mazatlán fraguó un movimiento sedicioso con el fin de volver a tomar las riendas del gobierno del Territorio. Y para ello echó mano del norteamericano Gastón D´Artois, quien ni tardo ni perezoso aceptó la encomienda.

La asonada se inició en el pueblo de Santiago sometiendo a las autoridades y de ahí se trasladaron a San Antonio y El Triunfo donde sorprendieron a los pobladores y tomaron como rehenes a varias personas importantes de esos lugares. Al día siguiente llegaron a La Paz y atacaron la Casa de Gobierno y el cuartel, pero fueron rechazados y obligados a huir por los rumbos de San Antonio y el rancho de Texcalama.

Dicen las crónicas que perseguido por las fuerzas de gobierno, D´Artois logró escapar por los vericuetos de la sierra, pero unos rancheros le siguieron el rastro y lo encontraron dormido debajo de un palo verde, lo tomaron prisionero y lo condujeron a La Paz. Entre los documentos que se le recogieron encontraron un manifiesto dirigido a los habitantes del Territorio en el que, dentro de otras cosas, declaraba destituido como jefe político a don Antonio Pedrín.

Desde luego este atentado causó indignación entre los habitantes de La Paz quienes pedían un castigo ejemplar para los amotinados, incluso para D´Artois pedían la pena de muerte. Pero el jefe político los consignó a las autoridades centrales y éstos a un tribunal militar para que los juzgara.

En el interín y preocupado por su suerte, D´Artois dirigió varios alegatos al gobierno mexicano tratando de justificar sus acciones, considerándose ciudadano de los Estados Unidos y por lo tanto protegido por las leyes de esa nación. Y como siempre ocurre, dos autoridades de ese país protestaron por la detención de esta persona. W. W. Halleck, mayor general del ejército norteamericano y F. B. Elmer, cónsul en la ciudad de Tijuana, enviaron sendos oficios pidiendo un juicio justo para el prisionero.

No sabemos que tanta influencia tuvieron las intervenciones de estos personajes, pero total, después de muchos dimes y diretes, D´Artois fue puesto en libertad y un año después obtuvo del jefe político Carlos F. Galán, una concesión para establecer un centro de población en las márgenes del río Colorado. Permiso que por cierto le costó un proceso judicial al gobernante por extralimitarse en sus funciones.

Después de ese intento de colonización, de D´Artois no se volvió a saber nada, aunque para la historia de la Baja California fue otro más de los aventureros que como William Walker en 1853 y Juan Napoleón Zerman en 1855, pretendieron buscar su fortuna en tierras californianas, sin darse cuenta que aquí encontrarían una resistencia feroz a sus audaces pretensiones.

Por lo demás, así terminó la tentativa de Pedro Magaña Navarrete de apoderarse del gobierno del Territorio. Refugiado en San Francisco, California, allá quedó para siempre. El último recuerdo de su gobierno en la Baja California es que dejó las arcas de la tesorería vacías.

Lo que sí es oportuno comentar es que mientras en el centro del país se luchaba contra el ejército francés y contra el gobierno imperial de Maximiliano, aquí en el Territorio de la Baja California los grupos políticos andaban a la greña con el dicho de “quítate tú para ponerme yo” sin importarles mucho el destino de nuestro país.

Afortunadamente con el triunfo de las fuerzas liberales encabezadas por el presidente Juárez, las cosas se normalizaron y de nueva cuenta el Territorio volvió por los cauces de la paz y la armonía entre gobernados y gobernantes, haciéndose eco de lo dicho por el vencedor de los franceses: “Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”.

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