Un matrimonio fallido
Por Leonardo Reyes Silva
lrsilva@prodigy.net.mxAunque de hecho este relato no corresponde a la historia sudcaliforniana, está relacionado con la conquista del noroeste del continente americano y de los navegantes que la hicieron posible. Y como cosa insólita, dentro de esa serie de exploraciones que llevaban el fin de asegurar para España el dominio de esta vasta región hoy ocupada por los Estados Unidos y Canadá, sobresale el idilio de un aristócrata ruso con la hija de un comandante español del Presidio de San Francisco.
La expansión española en el siglo
XVIII había llegado hasta Nutka una isla pequeña a la altura de lo que hoy es
la ciudad de Vancouver, Canadá. Ese lugar fue visitado por Juan Pérez en 1774 y
en 1778 el capitán inglés James Cook arribó a la bahía de Nutka a la que llamó
Friendy Cove por la actitud amistosa de los indios. Pasados los años, otros
exploradores llegaron después, entre ellos Esteban Martínez y Juan Francisco de
la Bodega y
Cuadra.
Aún cuando se tomó posesión de esa
región a nombre de la corona española, no fue posible hacer respetar esa
decisión y poco a poco los aventureros angloamericanos, ingleses y hasta
franceses incursionaron en la bahía en busca de pieles de nutria y también con
intenciones de dominio Y así, la expansión española solamente llegó hasta los
límites de la bahía de San Francisco.
Los navegantes rusos, en cambio,
únicamente llegaron hasta un lugar al que llamaron Sitka localizado en las
costas de Alaska. Se dedicaron a la recolección de pieles de todas clases,
mientras establecían un pequeño campamento. Sin embargo, por las difíciles
condiciones del clima, así como la falta de alimentos, llegó el momento en que
sus vidas peligraban. Y así las cosas…
Un día de tantos del mes de abril de
1806, el vigía del castillo de San Joaquín de San Francisco dormitaba y por eso
no se enteró de la entrada de un bergantín a la bahía. Al darse cuenta dio la
voz de alarma y a los pocos minutos los soldados de cuera del Real Presidio con
el alférez Luis Argüello se preparaban para la defensa. No fue necesario pues
el barco era el “Juno” con bandera rusa que había entrado a San Francisco en
busca de provisiones necesitadas con urgencia en el campamento de Sitka.
La embarcación venía al mando del
conde Nicolai Petrovich Rezanof quien explicó que era el nuevo jefe, nombrado
por el zar, de todas las avanzadas rusas en Alaska, y que tenía la encomienda de
entrevistarse con el gobernador español del territorio. Al día siguiente, un
soldado fue enviado al presidio de Monterrey con la solicitud del conde.
Mientras tanto, en los días siguientes, Rezanof intercambió con los padres de
la misión pieles por frutas secas, harina y charquí y otras provisiones que
tanta falta hacían en Sitka.
A los pocos días llegó el gobernador
Arrillaga intercambiando saludos con la tripulación del barco. Pero ante la
solicitud del conde de adquirir mediante compra los comestibles que les hacían
falta, aquél se negó aduciendo que tenía órdenes de no aceptar ningún negocio
comercial. Así, entre ruegos y negativas, pasaron las semanas, mismas que el
conde aprovechó para hacer amistades, sobre todo con la familia del comandante
Argüello.
José Darío Argüello tenía una hija
de quince años de edad quien se enamoró de Rezanof y éste, quizá por amor o por
conveniencia, le correspondió y fue así como se comprometieron en matrimonio.
María de la Concepción Marcela ,
llamada cariñosamente Conchita, aceptó la propuesta del conde de regresar
primero a Sitka y después a San Petesburgo para informar al zar de su viaje. A
su regreso llevarían a cabo su enlace.
Pero Conchita lo esperó por años y
Rezanof nunca regresó. Años después se supo que en su travesía por Siberia al
cruzar un río el hielo se quebró y el murió ahogado. Otra versión dice que en
el transcurso de su viaje contrajo una fiebre intensa que lo obligó a
refugiarse en una choza. Repuesto un tanto, cabalgó durante días, pero no pudo
resistir y en el camino murió.
El historiador sudcaliforniano Pablo
L. Martínez en su libro “Historia de la Alta California ” dice de este
romance lo siguiente:
“María
Concepción nada supo durante muchos años sobre la suerte de su amado. Creyendo
que la había engañado vivió en medio de la mayor amargura, sin querer oír a
muchos hombres que la pretendían. Se dedicó a servir a los pobres y atender a
los enfermos desvalidos. Vino a saber el fin de su pretendiente hasta el año de
1842; y al tener conocimiento de ello entró en el convento de Santa Catarina en
la propia California, y en esa casa de reclusión murió en
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