Baja California y la intervención
francesa
En nuestro país existe un periodo
histórico conocido como la Intervención
Francesa. Fue en los años de 1862 a 1867, cuando apenas
la nación acababa de sortear una guerra civil interna que tuvo por origen el
reconocimiento de la
Constitución de 1857. El Lic. Benito Juárez, presidente en
ese entonces de México, tuvo que enfrentarse a la fuerza avasalladora del
ejército francés; y aunque los mexicanos los vencieron en la batalla del 5 de
mayo en Puebla, no pudieron evitar que se apoderaran de la ciudad de México en
el mes de junio de 1863.
Al año siguiente, llegó a nuestro
país Maximiliano de Habsburgo para hacerse cargo del gobierno, quien se hizo
llamar emperador de México. Y mientras tanto, el gobierno juarista se refugiaba
en las poblaciones del norte de la república llevando con él la bandera de la
legalidad.
Ese mismo año de 1864, los franceses
se apoderaron de varias ciudades del noroeste del país, entre ellas Mazatlán y
Guaymas. En la primera impusieron autoridades adictas al imperio y de ahí
establecieron contacto con el gobierno de la Baja California a fin de que
aceptaran someterse al nuevo régimen imperial. Pero no contaban con la actitud
nacionalista de los habitantes de la península.
La primera invitación para adherirse
al nuevo gobierno, provino del Comisario imperial radicado en la ciudad de
Mazatlán en un comunicado del mes de septiembre de 1865, dirigido al señor
Félix Gibert, jefe político del Departamento de Californias. Un mes después
recibió otra, ahora del general Rafael Espinoza designado por Maximiliano
Visitador Imperial de la Baja California.
Las dos invitaciones insistían en la
conveniencia de aceptar la dominación extranjera evitando así males mayores
como la invasión de la península. En el último comunicado el general Espinoza
le decía: “el Emperador recibirá con suma
complacencia la noticia de la adhesión libre y espontánea de ese Departamento
al Imperio y de que ella será indudablemente para bien de la península…”
Pero no contaban con la astucia de
Gibert. Antes de dar respuesta a la petición, pidió la opinión de la Asamblea Legislativa ,
del Tribunal Superior de Justicia y de los Ayuntamientos. Unos diputados
estuvieron a favor y otros en contra; el Tribunal opinó que la entidad no tenía
medios para defenderse en caso de una invasión y que ésta sólo traería la ruina
en todos los órdenes. Los Ayuntamientos de Todos Santos, San Antonio y San José
del Cabo no estuvieron de acuerdo en el sometimiento e incluso se estaban
preparando para enfrentarse a los franceses.
Así las cosas, la Asamblea Legislativa
acordó someterse al gobierno del imperio, pero con la aclaración de que los
sentimientos de los californios eran republicanos y solamente por las
circunstancias reconocerían la autoridad extranjera. Y cuando parecía inminente
la ocupación francesa, el peligro se alejó.
A mediados de noviembre de ese año
de 1865, el general Espinoza visitó la ciudad de La Paz para establecer las
negociaciones de la ocupación. El señor Gibert que era su amigo —Espinoza había
sido jefe político de la Baja California
en los años de 1849 a
1853— lo hospedó en su casa y eso fue la causa de que muchos paceños
desconfiaran de él. Y lo peor fue que se recibieron noticias que Clodomiro Cota
con un contingente armado se dirigía a la ciudad para tomar prisioneros a
Gibert y Espinoza, considerándolos traidores a México.
A los dos jefes no les quedó más
remedio que embarcarse rumbo a Mazatlán, mientras que Clodomiro se hacía cargo
de la jefatura política. Como ese acto de rebeldía no estaba contemplado por la Asamblea Legislativa ,
dejaron que el pueblo comenzara a prepararse para el caso de una invasión por
parte de las fuerzas francesas. Afortunadamente, como la situación del ejército
extranjero se ponía cada vez más difícil por los constantes triunfos de las
fuerzas mexicanas y la falta de apoyo del emperador Napoleón III, desistieron
de apoderarse de la península bajacaliforniana.
En el mes de octubre de 1866 la
mayor parte del ejército francés regresó a Francia. En México el emperador
Maximiliano quedó solamente protegido por las fuerzas de los generales Miramón,
Mejía y Márquez. Pero no fueron suficientes y en el mes de mayo de 1867 se
rindieron al ejército juarista en la ciudad de Querétaro. Por cierto, uno de
los generales mexicanos que estuvo en el sitio de Querétaro fue Manuel Márquez
de León, un hombre ilustre de Baja California Sur, cuyos restos descansan en la Rotonda de la ciudad de La Paz.
Con el triunfo de Juárez y el
fusilamiento de Maximiliano, Miramón y Mejía, la Baja California quedó libre de
la acechanza de una invasión por parte de los franceses. En cuanto a Félix
Gibert acusado de congeniar con el enemigo, tuvo que refugiarse en los Estados
Unidos y fue hasta 1868 cuando el presidente Juárez lo liberó de esas
acusaciones y le permitió regresar a La
Paz.
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