Una bandera extranjera en La Paz
En el año de 1847, los ejércitos
norteamericanos invadieron nuestro país, y después de una desesperada defensa
llegaron a la ciudad de México y -el 14 de septiembre- izaron su bandera en el
Palacio Nacional, para ignominia de los traidores y gobernantes que no supieron
estar a la altura de su deber en esos momentos en que peligraba nuestra patria.
Sin embargo, el pueblo de la capital nunca
estuvo de acuerdo con esa humillación y lo demostró de muchas maneras. A su
paso los invasores recibían insultos, les negaban alimentos, los acosaban con
palos y piedras. Desde las azoteas les lanzaban macetas y todo objeto que los
pudiera dañar. Cuando intentaron comprar víveres en el tianguis al día
siguiente de la ocupación, la gente “armada de guijarros tomó un actitud
resuelta y los lanzó sobre carretones, mulas y carreteros y aún sobre los
lanceros que corrieron a detenerlos…”
Tanto fue el daño causado a los soldados
norteamericanos que el general Winfield Scott ordenó que las casas desde donde
los hostigaban fueran demolidas a cañonazos. E impuso una multa de 150 mil
pesos a las autoridades capitalinas “por que el pueblo de la capital hizo armas
en contra de sus soldados…”
Pero con el paso de los días, ese odio se fue
olvidando y los capitalinos empezaron a convivir con los invasores, Los ricos
comerciantes y empresarios los agasajaron con banquetes e incluso el arzobispo
de México le ofreció su residencia al general Scott para su comodidad. Después
de diez meses de ocupación, muchos capitalinos hubieran deseado su permanencia.
Un año antes, en 1846, y por coincidencia el
mismo día en que los norteamericanos izaron la bandera en Palacio Nacional—14
de septiembre—llegó a la ciudad de La
Paz la fragata U.S. CYANE, con su comandante DuPont, en busca
de barcos mexicanos y detenerlos, para impedir el comercio con otros puertos
mexicanos. En total requisó nueve embarcaciones entre bergantines, balandras,
goletas y un pailebot que eran propiedad de comerciantes del puerto.
Hecho lo anterior, y después que el jefe
político Francisco Palacios Miranda aceptó el bloqueo, DuPont se retiró con
rumbo a Mazatlán, pues en esa región se libraban combates contra los invasores.
Mientras tanto, en la península se organizaban para defenderse de una futura
invasión. Con la representación de los pueblos integraron una Junta Territorial
la cual de inmediato trató de cesar en sus funciones a Palacios Miranda.
Así las cosas, pasaron varios meses sin que la Baja California fuera invadida.
Pero en el mes de enero de 1847, el Secretario de Guerra, William L. Marcy,
ordenó formalmente la ocupación de la península. Y fue hasta el 29 de marzo
cuando la fragata Portsmouth llegó a San José del Cabo y sometió a las
autoridades obligándolas a permanecer neutrales. Allí, por primera vez se izó
la bandera norteamericana y se ordenó a la gente someterse al gobierno civil y
militar de los Estados Unidos.
El 13 de abril llegó el Portsmouth a La Paz al mando del comandante
John Montgomery y de acuerdo con Palacios Miranda se integró una comisión
negociadora para establecer las condiciones de la ocupación. En los acuerdos se
estipuló que los funcionarios y empleados permanecerían en sus puestos; que si
los soldados mexicanos optaban por quedarse sería bajo su palabra de no tomar
las armas contra los norteamericanos; que se regresarían los barcos a sus
dueños para reanudar el comercio con otras ciudades del país.
Bajo estos acuerdos, el siguiente día, 14 de
abril, las fuerzas de ocupación izaron la bandera de las barras y las estrellas
en el edificio que servía como sede del gobierno mexicano. Una bandera que
siguió ondeando durante los meses que estuvieron apoderados de la ciudad de La
Paz. Y al igual que en la capital de la
república para humillación e impotencia de sus habitantes. Pero aquí la
resistencia fue diferente.
En los pueblos del norte, San Ignacio,
Mulegé, Loreto y Comondú se aprestaban fuerzas para la defensa. Lo mismo
sucedía en Todos, San Antonio y San José del Cabo. Fue por eso que los norteamericanos
pidieron refuerzos y el día 20 de julio llegó a La Paz el coronel Henry Burton
quien estaría cargo del gobierno militar y político de la península.
Pero a pesar de las fuerzas de ocupación, los
bajacalifornianos se rebelaron, primero, en Mulegé, donde derrotaron a los
soldados extranjeros el 2 de octubre, para después dirigirse a La Paz y San José del Cabo a fin
de liberarlas de los invasores. En todo el mes de noviembre y principios de
diciembre, las fuerzas de Manuel Pineda se enfrentaron a los norteamericanos
mientras que Vicente Mejía, José Antonio Mijares y José Matías Moreno lo hacían
en San José del Cabo.
Y en todo ese tiempo la bandera extraña
seguía ofendiendo la soberanía de esta región de México. Aún cuando el 2 de
febrero de 1848 se había firmado el Tratado de Guadalupe Hidalgo dando fin a
las hostilidades entre México y los Estados Unidos, la bandera gringa no se
arrió, pues los patriotas continuaban la lucha contra el enemigo.
Fue hasta el mes de abril de 1848 cuando, por
fin, los norteamericanos pudieron acabar con los defensores de nuestro suelo.
Hicieron prisioneros a Manuel Pineda, Mauricio Castro y el padre Gabriel
González, héroes de la resistencia. Y fue hasta el 31 de agosto cuando el
coronel Burton devolvió oficialmente la península de la Baja California a nuestro país.
Por fin, después de tanta humillación, el 1º
de septiembre la bandera de los Estados Unidos fue arriada de la casa de
gobierno de La Paz ,
y de nueva cuenta, frente a todos los habitantes de la ciudad, fue izada la
bandera de México. Días antes en dos buques fueron transportados a la unión
americana cerca de 300 personas que de una o en otra forma habían congeniado
con el enemigo, entre ellas Francisco Palacios Miranda, el padre Ignacio
Ramírez y algunas autoridades que habían servido al gobierno invasor.
Dice una prestigiada historiadora que “desde la batalla de Mulegé el 2 de octubre
de 1847 a
la batalla final de Todos Santos el 2 de abril de 1848 habían pasado seis
meses. Seis meses fueron necesarios para conquistar la Baja California , una tierra
paupérrima escasamente poblada, pero cuyos habitantes eran fieros guerreros
decididos a permanecer mexicanos”.
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