Corsarios en Baja California
Segunda parte
Cuando Lord Cochrane decidió enviar a las corbetas
“Independencia” y “Araucano” al golfo de California en busca de naves
españolas, no se imaginó los sucesos que dieron lugar cuando arribaron a las
costas de la península, a principios del año 1822.
Mientras el “Araucano” se dirigía al pueblo de Loreto en
busca de provisiones, sobre todo de carne de res para hacer “charquí”, el
“Independencia” atracó en San José del Cabo gobernado por autoridades españolas
y donde se encontraba la misión jesuita fundada en 1730.
Wilkinson se apoderó del pueblo y tomó prisioneros a don
Antonio Quartara y su ayudante, aunque después, dadas las aclaraciones los dejó
en libertad. Hizo bien, porque Quartara se convirtió en un colaborador de los
chilenos. Les proporcionó ganado y víveres y logró que varios objetos de valor
que habían sido hurtados por los marinos fueran devueltos a sus dueños.
Y todo hubiera permanecido en paz, si no es que Wilkinson
recibió noticias de un barco español que se encontraba en Todos Santos y con el
fin de apoderarse de él envió a un grupo de marineros en su busca. Lo
encontraron, lo inutilizaron para que se hundiera y en vez de regresar optaron
por buscar alimentos en el pueblo. Pero los habitantes del lugar, enterados de
lo que habían hecho, los enfrentaron y mataron a varios de ellos.
Mientras tanto había llegado a San José el padre superior de
las misiones de California, Miguel Gallego, quien de inmediato se dio cuenta de
la situación. Y para evitar represalias por lo sucedido en Todos Santos,
decidió cortar por lo sano y declarar la independencia de California del
gobierno español. Al menos es lo que dice el historiador Carlos López Urrutia
en su libro “Los insurgentes del sur”.
Aunque otros investigadores afirman que fue el comandante de
armas de la jurisdicción del sur, el alférez Fernando de la Toba quien, a principios de
marzo, realizó el juramento de la independencia alarmado por la presencia de
las corbetas de Lord Cochrane.
Siguiendo el relato de López Urrutia, cuando terminó la
ceremonia del acto de independencia, el pueblo josefino invitó al comandante
Wikilson y sus oficiales a un banquete donde se les agasajó “con tal variedad
de platos como jamás se había visto en fiesta alguna. La cocina indígena nunca
se alzó a un grado superior y los guisos, especialmente los de tortuga, jamón y
venado, resultaron excelentes”.
Cuando terminó el agasajo —relata López Urrutia— el
comandante ordenó a uno de los oficiales cuidara de llevar los barriles de agua
al barco, ayudado por varios marineros. Pero el movimiento causó el sobresalto
del padre superior, quien al no entender las órdenes dadas en inglés, creyó era
una emboscada; como pudo subió a su mula y emprendió veloz carrera rumbo a su misión.
Vowel, un oficial de la corbeta, refiere que algunos
marineros lo siguieron también a galope tendido y esto “sirvió para aumentar
hasta lo último el terror del pobre fraile con sus hábitos que volaban al
viento, perseguido por los herejes ingleses…”. Poco después, aclarada la
confusión, por intermedio de Quartara, el padre se convenció de su
equivocación. Y así volvió la armonía entre ellos.
Por su lado, “El Araucano” había llegado a Loreto donde
encontró poca resistencia, pues el gobernador José Darío Argüello advertido del
peligro había huido al pueblo de Comondú, llevándose los objetos de valor de la
iglesia. Al frente de la defensa quedó el alférez José María Mata.
A la tripulación de la corbeta le fue mal. Mientras parte de
ellos se ocupaban en preparar la carne de res y convertirla en “charquí”, los
que se habían quedado a bordo se amotinaron y convertidos en piratas se
dirigieron al sur en busca de presas. La corbeta “Independencia” llegó días
después a Loreto y después de tener conocimiento de lo sucedido, subió a bordo
a los marineros para enfilar rumbo al puerto de Guaymas donde compró cereales y
varias clases de comestibles.
Bien aprovisionado, Wilkinson enfiló también al sur buscando
en su recorrido a los barcos españoles que se habían hecho “ojo de hormiga”.
Por más que los buscó no pudo dar con ellos. En esas condiciones, después de
pasar por Guayaquil, la corbeta llegó a Valparaíso en el mes de junio de 1822.
Así terminó, dice López Urrutia, la primera y única
expedición chilena a las costas de la península californiana. Las relaciones
con los habitantes no fueron cordiales, pero esto se debió a que los
consideraron piratas, cuando en realidad formaban parte de la Escuadra Chilena
al mando de Thomas Cochrane, que luchó en forma sobresaliente por la independencia
de los países de América.
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