Bahía Magdalena, la ambicionada
Fue el navegante español Francisco
de Ulloa quien en 1539 hizo mención de la bahía Magdalena en su recorrido por
las costas de la península. “Encontramos —escribió en la Relación de su viaje— una
grande laguna sobre la que estábamos, de la entrada de ella, la cual era tan
grande que tiene más de veinte o veinticinco leguas de ojo, y la boca ancha y
tan hondable que pueden entrar en ella naos de cualquier grandeza que sea, la
cual está poblada de gente”.
Pero fue otro explorador, Juan
Rodríguez Cabrillo, el que mencionó por primera vez el nombre de Magdalena para
ponérselo a un puerto al norte de la isla. Años después, en 1602, Sebastián
Vizcaíno al recorrer la bahía le puso por nombre el que actualmente lleva:
Magdalena.
Cuando llegaron los misioneros
jesuitas a la península en 1697, ya era muy conocida por navegantes y
exploradores. Incluso se tuvo la pretensión de establecer un puerto donde
arribaran los galeones de Filipinas. Los propios misioneros en sus recorridos
por los litorales frente a la isla dieron informes de lo inhóspito de la
región. Pero no fue así con la bahía dado que en toda la segunda mitad del
siglo XVIII y parte del XIX, esa zona fue visitada por traficantes de
diferentes nacionalidades que llegaban para intercambiar telas y baratijas por
cueros de res, perlas, frutas y miel que les llevaban los nativos de las
rancherías cercanas.
A la bahía llegaron también barcos
en busca de ballenas, explotación en la que también se beneficiaron los lugareños
utilizados para extraer el aceite de los animales sacrificados. Tanto el
contrabando como la cacería en la región de la Magdalena hubiera
continuado si no es que lo evita el conflicto armado con los Estados Unidos en
los años de 1846 a
1847.
Después, con los movimientos
políticos que originaron la
Guerra de Reforma y la Intervención
Francesa , la bahía quedó en el olvido. Pero al triunfo de la República , la muerte de
Benito Juárez y el gobierno del general Porfirio Díaz, el interés por esa región
de la Baja California
volvió a ser motivo de los Estados Unidos.
En efecto, en 1883 se iniciaron los
intentos de los norteamericanos de establecerse en la bahía. En ese año el
gobierno de los Estados Unidos inició las gestiones a fin de que nuestro país
le concediera permiso para establecer una estación carbonífera para uso de sus
buques de guerra. En ese entonces México no autorizó la petición aunque de
todas maneras la flota extranjera hacía prácticas navales en la bahía.
En 1907, durante el mandato de
Porfirio Díaz, el gobierno americano volvió a reiterar la petición para el
permiso de la estación carbonífera. En ese año, Díaz ya sentía “pasos en la
azotea” por las inconformidades contra su forma dictatorial de gobernar nuestro
país y por eso concedió el permiso por un lapso de tres años, que concluiría en
el año de 1910. Nunca se imaginó las consecuencias de su decisión.
En efecto y a raíz de ello, muchos
mexicanos creyeron que la bahía Magdalena se había vendido a los Estados
Unidos. Al término de la concesión y después de varias reuniones diplomáticas, el
gobierno americano accedió a retirar sus barcos carboneros y cancelar las
prácticas de tiro en la bahía. Por coincidencia, quince días después de
terminado las concesiones, llegaron a puertos mexicanos dos acorazados de
guerra japoneses para sumarse a los festejos del centenario de la independencia
de nuestro país.
No lo hubieran hecho pues el
gobierno gringo puso el grito en el cielo diciendo que México había concertado
un pacto con ese país para que ocupara bahía Magdalena. Es más, se habló en la
prensa norteamericana de las intenciones niponas de colonizar la Baja California. Fue tal la
alarma que nuestro país se vio obligado a rechazar categóricamente tales
acusaciones declarando que “México no permitiría jamás la ocupación de la Magdalena , ni por
japoneses ni por ninguna potencia extranjera, incluyendo a los Estados Unidos”.
Esta posición estratégica de nuestra
bahía, ambicionada por los Estados Unidos, dio lugar a la construcción de una
base naval en Puerto Cortés de la isla Margarita, misma que a la fecha alberga
a 128 personas, entre marinos, pescadores y familiares. Cuenta además con una
pista de aterrizaje y una estación meteorológica.
Una de las mejores maneras de
protegerla es el poblamiento de sus costas, tal como se está haciendo con los poblados
pesqueros como Cancún y Puerto Chale. Pero, además, con las poblaciones de San
Carlos y Adolfo Mateos, cuyas embarcaciones recorren diariamente las aguas de
la bahía. Lejos han quedado ya los intentos de apoderarse de ella. Aunque por su posición estratégica
siempre existirá la posibilidad de ser ambicionada por otros países.
No hay comentarios:
Publicar un comentario