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sábado, 27 de octubre de 2012

Bahía Magdalena, la ambicionada


Bahía Magdalena, la ambicionada

Por Leonardo Reyes Silva

Fue el navegante español Francisco de Ulloa quien en 1539 hizo mención de la bahía Magdalena en su recorrido por las costas de la península. “Encontramos —escribió en la Relación de su viaje— una grande laguna sobre la que estábamos, de la entrada de ella, la cual era tan grande que tiene más de veinte o veinticinco leguas de ojo, y la boca ancha y tan hondable que pueden entrar en ella naos de cualquier grandeza que sea, la cual está poblada de gente”.

Pero fue otro explorador, Juan Rodríguez Cabrillo, el que mencionó por primera vez el nombre de Magdalena para ponérselo a un puerto al norte de la isla. Años después, en 1602, Sebastián Vizcaíno al recorrer la bahía le puso por nombre el que actualmente lleva: Magdalena.

Cuando llegaron los misioneros jesuitas a la península en 1697, ya era muy conocida por navegantes y exploradores. Incluso se tuvo la pretensión de establecer un puerto donde arribaran los galeones de Filipinas. Los propios misioneros en sus recorridos por los litorales frente a la isla dieron informes de lo inhóspito de la región. Pero no fue así con la bahía dado que en toda la segunda mitad del siglo XVIII y parte del XIX, esa zona fue visitada por traficantes de diferentes nacionalidades que llegaban para intercambiar telas y baratijas por cueros de res, perlas, frutas y miel que les llevaban los nativos de las rancherías cercanas.

A la bahía llegaron también barcos en busca de ballenas, explotación en la que también se beneficiaron los lugareños utilizados para extraer el aceite de los animales sacrificados. Tanto el contrabando como la cacería en la región de la Magdalena hubiera continuado si no es que lo evita el conflicto armado con los Estados Unidos en los años de 1846 a 1847.

Después, con los movimientos políticos que originaron la Guerra de Reforma y la Intervención Francesa, la bahía quedó en el olvido. Pero al triunfo de la República, la muerte de Benito Juárez y el gobierno del general Porfirio Díaz, el interés por esa región de la Baja California volvió a ser motivo de los Estados Unidos.

En efecto, en 1883 se iniciaron los intentos de los norteamericanos de establecerse en la bahía. En ese año el gobierno de los Estados Unidos inició las gestiones a fin de que nuestro país le concediera permiso para establecer una estación carbonífera para uso de sus buques de guerra. En ese entonces México no autorizó la petición aunque de todas maneras la flota extranjera hacía prácticas navales en la bahía.

En 1907, durante el mandato de Porfirio Díaz, el gobierno americano volvió a reiterar la petición para el permiso de la estación carbonífera. En ese año, Díaz ya sentía “pasos en la azotea” por las inconformidades contra su forma dictatorial de gobernar nuestro país y por eso concedió el permiso por un lapso de tres años, que concluiría en el año de 1910. Nunca se imaginó las consecuencias de su decisión.

En efecto y a raíz de ello, muchos mexicanos creyeron que la bahía Magdalena se había vendido a los Estados Unidos. Al término de la concesión y después de varias reuniones diplomáticas, el gobierno americano accedió a retirar sus barcos carboneros y cancelar las prácticas de tiro en la bahía. Por coincidencia, quince días después de terminado las concesiones, llegaron a puertos mexicanos dos acorazados de guerra japoneses para sumarse a los festejos del centenario de la independencia de nuestro país.

No lo hubieran hecho pues el gobierno gringo puso el grito en el cielo diciendo que México había concertado un pacto con ese país para que ocupara bahía Magdalena. Es más, se habló en la prensa norteamericana de las intenciones niponas de colonizar la Baja California. Fue tal la alarma que nuestro país se vio obligado a rechazar categóricamente tales acusaciones declarando que “México no permitiría jamás la ocupación de la Magdalena, ni por japoneses ni por ninguna potencia extranjera, incluyendo a los Estados Unidos”.

Esta posición estratégica de nuestra bahía, ambicionada por los Estados Unidos, dio lugar a la construcción de una base naval en Puerto Cortés de la isla Margarita, misma que a la fecha alberga a 128 personas, entre marinos, pescadores y familiares. Cuenta además con una pista de aterrizaje y una estación meteorológica.

Una de las mejores maneras de protegerla es el poblamiento de sus costas, tal como se está haciendo con los poblados pesqueros como Cancún y Puerto Chale. Pero, además, con las poblaciones de San Carlos y Adolfo Mateos, cuyas embarcaciones recorren diariamente las aguas de la bahía. Lejos han quedado ya los intentos de apoderarse de ella. Aunque por su posición estratégica siempre existirá la posibilidad de ser ambicionada por otros países.

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