Corría el año de 1768 —un año después de la expulsión de los
jesuitas de California— cuando llegó a la península el visitador José de
Gálvez, que traía la encomienda de conocer de cerca las condiciones económicas,
materiales y sociales en que quedaron las 14 misiones que atendían desde 1697
los religiosos de la orden de San Ignacio de Loyola.
En 1764, el rey Carlos III lo nombró visitador general de
todos los Tribunales y Cajas Reales e intendente de todos los ejércitos de la Nueva España. Al año
siguiente reorganizó el ejército y llevó a juicio al virrey Joaquín de
Monserrat que fue reemplazado por Carlos Francisco de Croix. Dos años después,
en 1767, Gálvez intervino para sofocar los motines y disturbios que ocasionó la
salida de los jesuitas, y ordenó juicios sumarios, ejecuciones y
encarcelamientos de por vida.
Llegó a Loreto y de inmediato comenzó a dar instrucciones
relacionadas con el reparto de las tierras, el repoblamiento de las misiones y
la reorganización de la administración en Loreto, a fin de hacerla más
eficiente. Y es que su primera impresión de las condiciones en que vivían los
indios conversos fue muy desfavorable.
En un informe que dirigió al virrey De Croix el 8 de
diciembre de 1768, le decía que “los indios vivían en la misma forma de vida
irracional y bárbara que tuvieron antes de ser convertidos… las misiones son
simplemente grandes haciendas en las que los misioneros, algunos sirvientes y
soldados tenían su alojamiento… los indios vagan en los alrededores,
generalmente desnudos buscando su comida, como siempre lo habían hecho”.
Aprovechando la sustitución de los padres jesuitas por los
franciscanos, puso como gobernador a Matías de Armona, nomás que éste poco pudo
hacer para cumplir con las disposiciones de Gálvez, más aún porque en 1772 los
misioneros franciscanos abandonaron la península para ir a fundar nuevos
centros religiosos en la
Alta California. Y en su lugar llegaron los frailes
dominicos.
Enterados los nuevos misioneros de las instrucciones De
Gálvez, pronto se dieron cuenta de la imposibilidad de cumplirlas. Y ello dio
motivo a una agria disputa entre el gobernador Felipe de Neve y el presidente
de las misiones, fray Vicente de Mora. Y es que el visitador dispuso que los
indios tuvieran derecho a la propiedad privada otorgándoles tres parcelas, dos
de temporal y una de riego por familia; que se pudieran dedicar a actividades
económicas además de las agrícolas También ordenó el traslado de grupos de
indios de unos lugares a otros con mejores perspectivas de vida.
Dice el historiador Salvador Bernabeu que las instrucciones De
Gálvez se calificaron de utópicas e irrealizables, ya que los intentos de
cumplirlas chocaron con la realidad bajacaliforniana. Aunque a la larga tales
disposiciones permitieron la colonización civil y la secularización de las
misiones. Colonización que ya no contó con la población indígena que fue
desapareciendo poco a poco.
En dos cartas que fray Vicente Mora envió al virrey Bucareli
en 1775 y 1777, expone las razones por las cuales no fue posible cumplir con
las instrucciones de Gálvez, sobre todo en lo referente a formar pueblos de
indios, así como el cambio de residencia de muchos de ellos.
Sobre esto último explicó que los indios se negaron a
abandonar su misión —como fue caso de Santa Gertrudis y San Borja— y amenazaron
con volverse gentiles, es decir, irse a los montes para vivir como antes. Y a
la fuerza hacer los traslados —decía el padre— es contrario a nuestras
convicciones cristianas.
Y en el caso de Loreto a donde se dispuso que fueran a vivir
otras familias, se preguntaba: “¿De qué sirve el aumento de familias en Loreto?,
si su terreno es tan estéril que apenas alcanza el pasto para las bestias y
para no poder trabajar las tierras por la escasez de las aguas y notoria
sequedad”.
Total que casi nada se hizo de los propósitos del visitador De
Gálvez. Lo que sí quedó claro al leer las cartas es el deterioro del sistema
misional y del difícil inicio de la colonización civil con el reparto de las
tierras. Además, las cartas revelan el eterno conflicto entre el poder civil y
el poder eclesiástico.
Lo único positivo que dejó José de Gálvez con su presencia
en California fue respaldar la orden del rey para poblar la Alta California ,
contando con ello con la buena disposición de los misioneros franciscanos los
que en 1769 fundaron la misión de San Diego de Alcalá, la primera de ellas en
la región.
Gálvez jamás volvió a California. De regreso a
la ciudad de México recibió la orden de trasladarse a España donde murió en el
año de 1787, luego de que el rey le diera el título de marqués de Sonora.
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