Desde el año de 1708 en que el padre Julián Mayorga fundara
la misión de San José de Comondú y que en 1750 el padre Franz Inama construyera
la iglesia de piedra, no deja de sentir lástima el triste fin que tuvo la
misión y la destrucción de ese centro religioso.
Cuando atendieron la misión los padres jesuitas convirtieron
a ese lugar en un centro de productividad a la vez que llevaban a cabo su labor
de evangelización. Narran las crónicas que allí se cultivaban trigo, maíz,
frijol, caña de azúcar, vides, higueras y datileros, aprovechando canales de
riego construidos con grandes esfuerzos.
Además la cría de ganado era importante. Tenía borregos,
cabras, vacas, caballos y mulas en un aproximado de tres mil cabezas. Eso sin
contar el que se encontraba remontado. Y todo esto lo cuidaba el misionero
auxiliado por los indios neófitos de la misión.
En 1773 cuando los padres franciscanos entregaron las
misiones a los frailes dominicos, informaron que la iglesia había sido
construida con tres naves techadas, cada una con su bóveda de cañón y un piso
de piedra labrada, Las paredes del edificio se adornaron con nueve oleos con
paisajes de la vida de San José.
Todavía a finales del siglo XVIII se daban informes de la
iglesia que medía 25 metros
de largo por 10 de ancho. Ese recinto religioso fue uno de los más hermosos de
toda California. Todavía en 1795 existían las paredes decoradas con 25 óleos y
esculturas. En el patio exterior sobre una armazón de madera pendían seis
campanas, tres de las cuales se conservan en el interior de lo que queda de la
misión.
Las naves tenían cada un prebisterio con su altar separado
del área de los fieles. El altar de la nave central destacaba por su bello
retablo dorado y una escultura de San José con el Niño. Lo que sí debe hacerse
mención es la existencia de una biblioteca con 126 libros enviados desde la
ciudad de México por el virrey De Croix.
Pero ya para los primeros años del siglo XX la iglesia había
sufrido daños irreparables. León Diguet, en su recorrido que hizo por la
península en 1912 visitó San José de Comondú y de ella escribió que: “La misión
que originó el establecimiento de la misión está actualmente en ruinas. Por su
parte, Aurelio de Vivanco autor del libro titulado Baja California al Día, dice lo siguiente: “En la actualidad la
misión está casi en ruinas… por personas que llegaron hasta nosotros al visitar
esa región, supimos que en una ocasión un gobernador del Distrito Sur había
ordenado la venta de la iglesia para que se pudieran aprovechar los ladrillos… de
la misión queda por ahora un solo cuarto en buen uso…” Y eso lo escribió en
1924.
Fue al gobernador Juan Domínguez Cota a quien se le achaca
ese sacrilegio. Incluso corre el mito que la casa que construyó en La Purísima fue hecha con las
piedras de la misión, lo cual no deja de ser exagerado ya que Domínguez gobernó
en los años de 1932 a
1937 y para esas fechas la misión ya estaba en ruinas y los escombros
desperdigados por doquier.
Lo que sí es verdad históricamente es que en el periodo del
general mandó construir una escuela de material, pero de ladrillo no de piedra.
Y después continuó con otra hecha con el mismo material. En el informe que
rindió al presidente de la república aparecen las construcciones mencionadas.
Como quiera que haya sido, uno de los monumentos religiosos
de los jesuitas ha desaparecido. De su recuerdo quedan dos habitaciones que se
han acondicionado como capilla. Y no hay a quien echarle la culpa. ¿Al cambio
de los dominicos por los franciscanos? ¿Al abandono de la misión en 1827 por
falta de población? ¿A la desidia de los frailes dominicos que no se
preocuparon por conservar el templo y la misión? ¿O fue, en último caso la
impotencia de los frailes al no contar con la mano de obra suficiente para
restaurarlos?
A lo mejor esto último se justifica ya que en
1800 los habitantes de ese bello lugar no pasaban de ochenta cuando en 1772 sumaban
322 indígenas. Y con ese reducido número de personas nada se podía hacer.
También es posible que los frailes que nunca tuvieron los medios económicos
suficientes no pudieran hacer las reparaciones, ni mucho menos atender las
necesidades alimenticias de sus feligreses. Así es que cuando el último padre
dominico abandonó el lugar de seguro se fue con un dejo de tristeza y
frustración por no haber podido conservar lo que con tantos empeños edificaron
los misioneros jesuitas.
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