Cuando
el licenciado Adolfo de la
Huerta , presidente interino de nuestro país en 1920, autorizó
la realización de un plebiscito para seleccionar al nuevo gobernador del
Distrito Sur de la Baja California ,
no se pudo imaginar el sesgo político que andando el tiempo cometería la
persona electa en ese entonces.
Agustín
Arriola Martínez ganó los comicios con amplia ventaja. Le favoreció mucho haber
sido con anterioridad integrante del ayuntamiento de La Paz y presidente del mismo. Apoyado
por sus antiguos amigos y colaboradores, entre ellos Filemón C. Piñeda, Antonio
F. Delgado, Cuauhtémoc Hidalgo, Alejandro de la Toba , quienes formaron parte de su equipo de
gobierno.
Mientras
allá en la ciudad de México, como resultado de las elecciones para elegir al
presidente de nuestro país, tomaba posesión el general Álvaro Obregón el 1º de
diciembre de 1920. Uno de sus primeras acciones fue nombrar a Adolfo de la Huerta como Ministro de
Hacienda.
El
hecho de que hubiera sido De la
Huerta el que consigió el acceso a la gubernatura de Arriola,
permitió a éste fijar un compromiso con las autoridades centrales, no solamente
en los apoyos económicos recibidos sino también en el aspecto político. Después
de la toma de posesión de Obregón de seguro las cosas siguieron igual, aunque
con las limitaciones propias en cuanto a la ayuda recibida.
Lo
cierto es que los cuatro años de gobierno de Arriola se distinguieron por la
atención que puso en el desarrollo de la agricultura, en la dotación de tierras
a los campesinos, la construcción de caminos y su preocupación por elevar el
nivel educativo de los niños y los jóvenes.
Pero
en su carácter de territorio la dependencia económica era total. Fue por eso
que en 1923 las participaciones federales disminuyeron drásticamente debido a
la rebelión armada encabezada por Adolfo de la Huerta , que obligó al
gobierno a desviar recursos para someterla. Desde luego esa insurrección no
contó con el apoyo de la administración territorial.
En
ese año de 1923 las corrientes políticas estaban en todo su apogeo, pues se
tenía que elegir candidato para la sucesión presidencial. Desde un principio se
perfiló el nombre del general Plutarco Elías Calles, como el preferido del
presidente Obregón. Total, cuando se verificaron las elecciones, sólo se
presentaron dos candidatos: los generales Plutarco Elías Calles y Ángel Flores,
éste último exgobernador del estado de Sinaloa.
En
el Distrito los partidos políticos de uno y otro candidato realizaron intensas
campañas de proselitismo y algunos de ellos acusaron al gobierno de Arriola de
apoyar al general Flores. Cuando se supo el resultado de los sufragios, no
causó sorpresa de que los lugares donde había triunfado el opositor de Calles
fueran Sinaloa y esta entidad. Aquí, la votación final fue de 2443 votos para
Flores y 1035 para Calles.
Como
resultado de esa votación, opuesta a los intereses del grupo en el poder, el
todavía presidente Obregón decidió destituir de su cargo al gobernador Arriola,
en el mes de septiembre de 1924. En su lugar fue nombrado el general Miguel
Piña, hijo.
En
un libro de mi autoría dije que: “La administración de Arriola duró cuatro
años, de septiembre de 1920 a
septiembre de 1924. Posiblemente hubiera durado hasta la toma de posesión del
general Calles —1º de diciembre de 1924— o a lo mejor éste lo hubiera
ratificado en su puesto si el comportamiento de las elecciones hubiera sido de
otra manera. Lamentablemente la ciudadanía del Distrito se inclinó por la
candidatura del general Flores y eso motivó, creemos, el descrédito de Arriola y
la inmediata remoción de su cargo…”.
En
esta lamentable equivocación don Agustín adoleció de sensibilidad política. Por
más que halla sido amigo del general Flores, —dicen que éste le regaló un fino
caballo en que Arriola se paseaba por el centro de la ciudad— lo cierto es que
por su mala decisión dio pie para que durante los 50 años siguientes el pueblo
sudcaliforniano no tuviera derecho a elegir a su gobernador.
A pesar de ello, la buena administración de Agustín Arriola compensa su
actitud política. A lo mejor, dentro de su fuero interno, estaba convencido de
que en la vida democrática de un país no valen las imposiciones, como fue el
caso de la sucesión presidencial de 1924. Y fue congruente con ello, dado que
su puesto de gobernador se lo debió a la ciudadanía que votó sin coacciones de
ninguna naturaleza.
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